jueves, 16 de diciembre de 2010

Luces errantes, de Ismael Serrano


Una luz errante en la ventana. Hay que detenerse a mirar a esa luz, a escuchar esa música. Quizá nos detenemos ya para demasiadas pocas cosas, y los aviones parten con una prontitud desmesurada, y los trenes se agotan en un túnel sin tiempo. Pero no vendría mal que esperaras a escuchar el pequeño milagro de unas voces.

La canción se titula Luces errantes y la firma Ismael Serrano. Ha sido este verano, un junio de algún vértigo azul recuperado y de fiebres cambiantes, cuando Ismael viajó a Ramala, donde grabó el tema acompañado por los coros de los niños y niñas del Conservatorio de Música Edward Said.

Si todas estas palabras pueden activar la sensibilidad a cualquiera -Ramala, franja de Gaza, coro de niños, y también Edward Said, autor de las maravillosas, incisivas y duras Crónicas palestinas, que era además experto en Joseph Conrad-, la suma de valores, la letra de la canción, su melodía, es una explosión de júbilo y de fe en contra del cinismo que vivimos, de la desesperanza o del desánimo.

Lo malo de escuchar Luces errantes es que después uno no puede arrancarse de la cabeza la melodía, la letra, el compromiso. Después de haber oído esta nueva canción de Ismael, acompañado de un coro de niños de la franja de Gaza, todas esas voces te acompañan a cualquier hora del día, como un eco lejano, cada vez más presente, de ligereza y aire, de musicalidad flotante, de una alegría limpia de temor o de esquirlas. Se ha hablado mucho de la hermosura de la tristeza, desde la pose romántica de damas enfermadas por la melancolía, con esa languidez de cipreses nevados. Se ha hablado mucho, también, de la expresividad de lo agresivo, de su plasticidad violenta, del impacto visual de la víscera expuesta como profanación de la salud, de una humanidad. Sin embargo, quizá porque la literatura y el cine se han esmerado mucho en sublimar ese esteticismo ocre del perdedor, de la derrota justa, de su dolor larvado, no se vindica tanto desde el arte la alegría infantil, cenital, que es la expresión pura de la mayor belleza de este mundo.

Esta nueva canción, Luces errantes, tiene a su favor no sólo esa estética, sino también esa ética. La voz de Ismael Serrano suena cálida, matizada y sugerente, como ese mismo vuelo de todas las cometas que todos esos niños echaron a volar por encima del muro de la franja de Gaza, para formar parte del Guinness. Sin embargo, cuando entra el coro de niños, cuando ese coro de niños palestinos echa el vuelo a cantar, nos parece también que podemos volar más allá de nosotros, de nuestro propio muro, porque esas voces de una fragilidad ensordecedora las que nos llenan de oxígeno, en la respiración de un mundo nuevo que debe promoverlos como protagonistas.

Escucha Luces errantes, y se te llenará el espíritu. Aseguro una experiencia contagiosa, y una cercanía duradera: porque ellos cantarán dentro de ti, y abrirán más tus ojos, y te harán mirar mucho más lejos. Escucha Luces errantes en http://www.itunes.com/ y http://www.luceserrantes.com/.

Todos sus beneficios serán destinados, precisamente, a los niños refugiados de la franja de Gaza, a través de la Agencia de Naciones Unidas para los refugiados de Palestina, la UNRWA Comité Español. Quizá por eso ahora, justo ahora, cuando todo parece más perdido que nunca, ha llegado el momento de volver a cantar.

Por que hay que estar en contra del desánimo, de la desesperanza y del cinismo. Sobre todo, cuando parece ya que todas las batallas se han perdido. Es imposible escuchar esta canción, y atender a este coro de niños cuando entran y dan color y forma, sensibilidad y lenguaje, plasticidad sonora, en árabe, a esta nueva letra de Ismael, y continuar pensando que las cosas necesariamente acaban mal, aunque sea cierto. No es una canción escrita contra nadie: es una canción escrita a favor de estos niños, con esa lucha diaria por la supervivencia de los que ya han perdido casi todo, con la devastación bombardeada de cualquier mañana luminosa.

Así, por encima del muro, un día muchos niños de la franja de Gaza quisieron dibujar otro nuevo futuro, y trataron de entrar en el libro Guinness con el mayor lanzamiento de cometas que se ha visto, por encima del muro. Todo esto cuenta la canción, por el encima del muro, la casa, el olivar. Todos esos niños, así, con esa fuerza. Hoy por la mañana se presenta esta canción, y por mi parte al menos no quiero que la actualidad agresiva del día se trague la noticia de que estos niños cantan, y ahora pueden ser oídos aquí. Porque hay que creer en ellos, frente a los descreimientos: trata de escuchar su luz errante, como si todavía soñaras otra vida.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Los nuevos trenes de Europa


Cuál es el fragor de los trenes de Europa, con qué cadencia cruzan el paisaje sin latitud ni tiempo, casi sin salida ni llegada, sin más espacio pleno que el propio dinamismo de los días de viaje. José Martínez Ros, que pasó un año en Córdoba en la Fundación Antonio Gala, ha escrito un libro de poemas titulado Trenes de Europa, que tiene mucho de movimiento iniciático, pero ya poderoso en una madurez, con esa geografía del lenguaje convertida en motor de la propia maleta personal. En este libro ya con voz, pegada, y potencial lírico de José Martínez Ros, la soledad social se ha convertido en un fondo de luz indecisa y cambiante, con paradas de metro desoladas, trenes abandonados y lugares de paso en los que apenas es posible el amor.

En estos poemas de José Martínez Ros hay, además, revelación moral: la vida, tal y como ha sido hasta el momento, no nos sirve. La localización es deslocalización, porque "el decreto de exilio es a perpetuidad". Pero exilio no sólo de nosotros, de nuestro propio entorno vivencial, sino también de cómo ha sido todo hasta ahora mismo, porque estamos en una permanente mutación que va a dejar alterada la visión, lo queramos admitir o no.

Se trata de poemas reflexivos, con un ritmo endiablado de musicalidad potente, mixtura de realismo e imágenes oníricas, con unos escenarios maleables, sí, pero indeterminados, como aeropuertos o estaciones de tren, en los que entramos con nombres y apellidos, con unas credenciales que de pronto no están: así, la nueva identidad se encuentra sólo en los lugares transitorios. ¿Es éste el hombre nuevo? ¿Es la disolución del yo, sus máscaras cambiantes, con influencia directa e indirecta de Pere Gimferrer y el espectro novísimo?

El libro también es una guía turística por ese nuevo mapa de unos sentimientos que no hayan acomodo en los moldes antiguos. Así, el poeta culturalista también duda de su propio culturalismo, de sus asideros literarios, del edificio formal que es la palabra entendida como revelación. José Martínez Ros niega también esa revelación, en una desnudez moral que llega a los poemas sin palabras, que cuestiona el ropaje, en una nueva desolación que no tiene estructura ni para cuestionarse a sí misma: el nuevo grito mudo, y a la vez torrencial, ya sólo es tiempo.

Este hermoso libro, editado por la Fundación José Manuel Lara, transita en una edad de la desconfianza, de extraños entre extraños. Nadie bebe champán en los aviones, o quizá mucho más, por el miedo al enigma. No hemos dejado nada, porque no hemos tenido nada con anterioridad. Somos invulnerables, porque ya no tenemos nada que perder: quizá por eso mismo estamos condenados. No hemos llegado aún a las ruinas, porque somos aún jóvenes. Quizá nosotros mismos somos las ruinas, y habitamos ahora una reconstrucción.