martes, 26 de julio de 2011

Para una O. E. R. V. (Oficina Española de Registro de Ventas)


Toda esta movida de la SGAE, con Teddy Bautista casi en busca y captura y los furgones de la Guardia Civil registrándolo todo a las nueve de la mañana, tiene algo de canto del cisne abrupto y desatado, como un desenlace súbito que se hubiera hecho esperar con un exceso burdo de metraje. Como en todas estas cosas, vaya por delante la presunción de inocencia y el deseo de que así sea, por más que las simpatías de la SGAE, en los últimos años, hayan seguido el mismo ritmo decreciente que la venta de discos. Independientemente del caso en sí mismo, y de las ganas con las que mucha gente ha cogido la noticia, un posible enfoque del asunto podría ser pensar si la propiedad intelectual, y la gestión de los beneficios devengados por ella, debe estar en manos de una fundación privada que únicamente busca un lucro a menudo poco transparente, y engañosamente al servicio del fomento de nuevos creadores. Pienso, por ejemplo, en la Oficina Española de Patentes y Marcas, integrada en el Ministerio de Industria, Comercio y Turismo, y me pregunto por qué no puede haber una Oficina Española de Registro de Ventas, o algo así, vinculada al Ministerio de Cultura, que se encargue de verificar cuántos discos o libros de cada autor se venden cada año.

El tema no es nuevo. Sobre todo en el caso de los escritores, el único referente que uno tiene para saber los libros que ha vendido es la palabra honorable de su propio editor, que no deja de ser parte interesada en el proceso. Si un fabricante de zapatos, solamente por las veces que pasa el código de barras del producto por las cajas registradoras de toda la geografía hispánica, sabe perfectamente, y sin género de duda, el número de pares de zapatos que ha vendido durante cada curso laboral, ¿por qué un ensayista, que haya publicado un libro sobre las Cortes de Cádiz, por ejemplo, o sobre Stefan Zweig, no tiene ni un solo organismo público, independiente y veraz, para acudir y saber cuántos ejemplares ha vendido?

Sin embargo, con un libro no ocurre nunca eso, y con los derechos que devienen de sus ventas, tampoco. El autor queda sometido a la autoridad del editor, que entrega unas cifras de venta que han de ser asumidas. No pongo en duda la honradez editorial, no se trata de eso, como tampoco tengo motivos para cuestionar la ética de las discográficas, sea la que sea; pero, pensando en el saneamiento de la gestión de los derechos de autor, ¿no sería más fácil la creación de un organismo público encargado de actualizar ese recuento, con todos los nuevos medios en la Red y, fuera de ella, con el tradicional sistema del código de barras? Sería el mayor apoyo posible a la creación.

viernes, 22 de julio de 2011

Caída de Imperios, de Luis Antonio de Villena


Caída de imperios no es un libro, sino un atisbo de libro, un principio de libro que apenas nos sumerge en la visión de lo que pudo haber sido. Pero ese pudo haber sido no deja de ser esplendoroso, quizá como poema epistolar dividido en secciones y en tiempos coronando una amalgama de un clasicismo contemporáneo insólito. Se escribió –lo comenta el autor en el prólogo- “entre finales de agosto y principios de septiembre de 2003, en días vacacionales”.

Eran aquellos días no muy distintos de estos, con ese mismo imperio ladeando la espalda de un millón de provincias crispadas por el látigo de la seguridad. Pero había diferencias, y el contexto de época da una clave semántica: “He visto hoy en la televisión al Emperador. ¡Por Hércules, qué tosco es! Diría que más zafio que un melonero del páramo y más chulo que una recua de mulas ebrias. (…) Pero, ah Teodoro, por mi desgracia al pasar junto al palacio, también he visto hoy –y oído- a nuestro eximio aunque bajito gobernador. Tronaba, enfurecido, con cuantos no aman a Roma, que era como decir con cuantos no le aman a él (…)”.

Si pensamos que este poema de Luis Antonio de Villena, esta prosa poética anterior a La prosa del mundo, está escrita en 2003, y recordamos al entonces “emperador” de occidente y a su “gobernador” por aquí, el paralelismo resulta de gran exactitud.

“He creído, hace bastante tiempo, que vivimos un mundo malo, el fin de una profunda crisis, un cambio de época, que no llegará sin sus correspondientes turbulencias. Por ello –y por mi amor al paganismo y al mundo clásico- estos textos poemáticos, ensamblan conscientemente la actualidad (que no ha hecho sino reforzar mis presupuestos) y las imágenes finales del Imperio Romano”.

Es Caída de imperios: el libro que pudo haber sido –apenas consta de diez poemas en prosa, eso sí, magníficos, de una gran factura plástica y sonora, como epístolas crepusculares en un rescoldo fino de belleza- a modo de canto elegíaco por un mundo de libertad perdida, pero también cargado con esa indignación tan de ahora que Villena firmaba en 2003.

Mixtura de tiempos, de pericia en el riesgo del último placer. Es el mundo de hoy tal como murió ayer, con un lejano Homero contemplando un Egeo privatizado.

martes, 19 de julio de 2011

El nuevo Porvenir de Patxi Andión


Patxi Andión regresa sin la vista cansada, con la misma pericia de mirar la realidad menuda en su destilación. Uno de estos viernes pasados ha tocado Patxi Andión en Madrid, en la sala Galileo Galilei. Allí acudimos todos los amigos, un poco errantes de viernes, a escuchar a este hombre, también trovador errante, que ha hecho de la música encontrada en la escultura lenta de palabras un viaje en el tiempo con serios visos de actualidad creativa.

En la puesta en escena, no tiene Patxi Andión problemas de sonido: sigue guardando una buena voz, torrencial si la ocasión lo busca o lo requiere, pero él sabe bien, después de tantos años de escenario y vida, que nadie va buscando en esa calidad de cantautor el berrido estridente, el grito ensimismado, sino la melodía licuada en una voz que sabe de inflexiones y de gestos, de recitado de suave, de una matización en las palabras que sabe descifrar el peso singular de cualquier adjetivo.

Con un criterio nítido y sensible, se rodeó para el concierto de músicos de indudable calidad, como Antonio Serrano, que no iban buscando, como ocurre a veces con algunos instrumentistas mercenarios, el propio lucimiento personal, sino saber acompañar bajo la contención en la voz, dando un nuevo recorte o surgimiento al hallazgo poético en ese paladeo, con una percusión que nunca debe ser atronadora, sino un ambiente, sombra de la palabra.

La noche del Galileo, escuchando a Patxi Andión, había que vivirla, era otra noche. Nada de charloteos en el escenario, contando vidas comunes, sino haciendo de toda existencia común, macerada en la letra, un brillo descriptible de emoción pura. Hay en este autor algo que se echa en falta en algunos miembros de las nuevas hornadas de canción de autor: por un lado, una formación poética, que ha leído el Siglo de Oro y, por supuesto, también el 27, más la poesía del 70 y los 80, con una verdadera devoción; por otro, esa capacidad humana y libre de transformar el hecho poético en los descubrimientos cotidianos. Pero para eso, claro, hay que leer, y también observar, más allá del drama de uno mismo.

Hemos asistido al regreso de Patxi Andión, a esta juventud suya de ahora que no vive de elegías por un tiempo pasado, sino que se afirma en el fuste del aquí y el hoy.

Esto sí que es canción de autor, esto es Porvenir.

(Fotografía de Juan Miguel Morales)

lunes, 18 de julio de 2011

Marcial Gómez y Alex Raymond


Marcial Gómez frecuenta una figuración atisbada y brumosa, un relieve tenue en la expresión de un plano de lenta realidad. La relación de la pintura de Marcial Gómez con la realidad es alentada por magias diversas, se retuerce y se hunde, profundiza en planos sucedidos de mayor pericia y gravedad. No es casual que el pintor cordobés haya sido incluido en la exposición Magischer Realismus aus Spanien. Im Schatten der Träume (A la sombra de los sueños. Realismo mágico en España), en el Panorama Museum de Bad Frankenhausen, en Turingia, Alemania. Se trata de una selección de obras y de artistas que tienen el realismo mágico como nexo de unión compositivo. Así, Marcial Gómez estará acompañado de los artistas Dino Valls, José Hernández, José Viera, Eduardo Naranjo, Vicente Arnás, Urbano Lugrís y Luis Sáez, con un total de 65 obras. Im Schatten der Träume tiene su origen en una muestra anterior, Im Licht der Wirklichkeit (A la luz de la realidad), llevada a cabo en el Museo en 2007, bajo la supervisión de Gerd Lidner y Michael Nungesser, con algo más de 80 obras de 19 artistas, pertenecientes a de tres generaciones de pintores realistas. Ahora, sin embargo, es la transposición de otras latitudes de realidad difusa la protagonista de la muestra, con varios niveles de significación desde la expresión múltiple, convirtiendo Magischer Realismus aus Spanien en la consagración europea de Marcial Gómez.

Siempre me ha fascinado imaginar su correspondencia inicial con Alex Raymond, el creador y dibujante de Flash Gordon, que entre 1949 y 1953 llegara a convertirse en una relación discipular. De hecho, en muchas de las composiciones de Gómez se ven ecos transidos de ese vigor humanista y vertical en el trazo de héroes misteriosos, como si un hombre extraño, al acecho del hombre más visible, no llegara del todo a enmascararse tras la cortina de lo verosímil.

En la obra de Marcial Gómez hay también otras sombras apreciables: esa geometría hermanada con el constructivismo, la frecuencia de elementos vegetales y también ciertas escenografías del norte de Europa y de la entonces Unión Soviética, por donde viajara Gómez en los 70. Fue a partir de entonces cuando su lenguaje se volvió una mixtura de percepciones varias, siempre con el pie en la realidad que reclamaba Goethe para la poesía imaginativa. Es un pintor insólito que ha llegado a la cima de su propio talento.

En sus cuadros hay sombras mitológicas habitando jardines olvidados, sombras de barcazas hundidas en una nieve gris. Ulises no termina de regresar a Penélope, Ulises no termina de saber que es Ulises. El viaje es el motivo de una posterior coronación: la del hombre que aprende a diluir su propia identidad, para lograr ser otro.

domingo, 17 de julio de 2011

Poema del domingo


A LA MAÑANA SIGUIENTE EL CAMPESINO VUELVE A ARAR LA TIERRA


Y curaste la tierra de la muerte,
le rozaste las manos
cansadas de estar yermas,
cerraste sus heridas
y cubriste de agua cada surco.

La sombra del arado se alargaba
más allá de la cresta de los montes.

Enterraste a los hijos esa tarde.

Las raíces crecieron tras la lluvia.


Perteneciente a Una interpretación (Rialp, 2001)

martes, 5 de julio de 2011

Miguel Hernández: nuestro gran poeta joven


Quizá lo conocemos más ahora, cuando se ha disipado ya su imagen de mártir fragilísimo al final. Quizá lo imaginábamos algo más amigo de Federico García Lorca, pero ahora conocemos su relación fraterna con Vicente Aleixandre o su filiación brumosa con el mundo selvático de Pablo Neruda. Sabemos, en suma, muchas otras cosas de Miguel Hernández que durante muchos años han permanecido ocultas y enterradas: como su propia vida, como su misma obra, fuera de cuatro tópicos repetidos hasta la extenuación. Quizá haya interesado una simplificación de su imagen pública, como pudimos ver en aquella serie de televisión, simplista hasta el delirio. Quizá haya interesado ofrecer un perfil en bajorrelieve y sin aristas, sin esa evolución proteica y decidida que en apenas ocho años, entre 1931 y 39, fue el mayor crecimiento, en menor tiempo, de la poesía española, para dejar al poeta dentro de la trinchera en la que tan heroicamente militó. Así ha permanecido, declamando junto a sus compañeros, enfangado de sangre y de metralla, para quedarse en estampa militante.

A recuperar a Miguel Hernández, que ha protagonizado un centenario para alzarlo a su verdadera dimensión, ha contribuido especialmente una biografía portentosa, por lo que tiene de investigación pulcra y sin prejuicios, indagadora del hombre y no del personaje, del escritor y no de cualquier máscara, de José Luis Ferris, titulada Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta. También se han vuelto a publicar unas obras completas y varias antologías. Todo contribuye a iluminar el camino de regreso de Miguel Hernández, que es una latitud sentimental, hasta la actualidad poética. Ha sido siempre esa voz de la herida, una herida abierta que sólo cicatriza en el poema. Porque allá al fondo, detrás del retrato, Miguel Hernández era un gran desconocido.

El viaje de un escritor no acaba nunca. Ahora parece, por fin, que empieza no tanto a ser leído –lo fue siempre-, sino sobre todo bien leído. No es que no haya tenido habitualmente lectores de mucha calidad: fue alabado públicamente por Juan Ramón Jiménez, que ya era mucho, y suscitó la escucha más sentida de Vicente Aleixandre, del mismo modo que ahora ha concitado el estudio pormenorizado de especialistas como Jorge Urrutia y el propio Ferris. A Miguel Hernández, entonces, se le ha leído siempre y siempre bien; pero quizá hasta la celebración de este centenario unas cuantas claves de su obra, y de su evolución proteica en menos de una década, no ha estado tan al alcance de la generalidad lectora. Ya sabemos que hablando de poesía, lo hacemos de “una inmensa minoría”, aunque incluso esa minoría no siempre ha estado libre de caer en unos tópicos muy superficiales, sí, pero grabados con un hierro candente sobre toda la obra de este hombre, como si la serenidad viril de ese bello retrato a carboncillo, que le hiciera en la cárcel Antonio Buero Vallejo, poliédrico y de pómulos marcados, con los ojos henchidos de la vida más alta del final, hubiera estado desde entonces condenado a encarnar su versión más folclorista.

No es que en los centenarios necesariamente se tengan que decir cosas interesantes: en ocasiones no son necesarias, como en el caso de Lorca, del que está dicho todo, y el resto es un silencio luminoso. Sin embargo, quizá Miguel Hernández sí necesitaba una nueva autopsia no sólo poética, sino también vital, con la mirada limpia de cochambres populistas.

Fue muy humilde, sí, pero no pobre. Antes de retirarse al monte con las cabras, había aprovechado diez años de instrucción primaria que no estaban al alcance, entonces, de la mayoría de los niños. Alma pura, sí, pero buscó, de manera legítima y con cierto desespero, como aparece en su correspondencia, el ascenso social del reconocimiento, sabedor como era del talento y la densidad que iba ganando a un tiempo cada vez más esquivo con su vida. Pastor-poeta, sí, pero poeta esencialmente, una esponja que aprehendió la mejor enseñanza de un ultra-católico como Ramón Sijé, y cruzó al tiempo el río gramatical de Góngora, para pasar luego al bosque invertebrado de Neruda y a lo neo-popular preciosista.

Así, hay una inteligencia primera en la poesía de Miguel Hernández que es hija directa de su sensatez, pero también de una honestidad vital. Es la naturaleza razonable, o el uso verdadero de su simbología poética. Así, tras Perito en lunas, su prometedor primer libro, en el que pondría el poeta tantas esperanzas, quizá una de las críticas más acertadas se debe a Pedro Pérez-Cloret, en Isla, de Cádiz, cuando, en palabras de Ferris, emplea “una cita de Goethe que revela la intencionalidad de la obra, esto es, el uso de la realidad no como modelo a imitar, sino como una vaga referencia”. La cita de Goethe es la siguiente: “Tened en cuenta la realidad, pero apoyad en ella un solo pie”. El detalle resulta significativo en atención a sus logros finales, esa fusión clara entre el impecable vigor lírico y su transparencia popular.

Cuando Miguel Hernández da a imprenta su Perito en lunas, ya es un experto en Góngora, a quien ha leído bien. También conoce sobradamente la mejor poesía de su tiempo y se ha declarado admirador, entre sus íntimos de Orihuela y también en su primera aventura en Madrid, de Rubén Darío y los poetas del 27, encabezados por García Lorca.

Habría sido muy fácil para Hernández incurrir en el plagio lateral, en una imitación de las formas leídas, dado su deseo de ocupar un lugar merecido entre los poetas de su edad, o no mucho mayores que él. Sin embargo, Miguel Hernández sólo se apropia del oficio, de la adecuada técnica compositiva, porque ya tiene dentro el ritmo y la respiración. Porque los materiales que utiliza, esa naturaleza razonable, le pertenece íntegramente. Es, digámoslo así, un material real, y no poético. Ésta es una grandeza más en la poesía de Miguel Hernández: es dueño de los materiales que usa, que en otros escritores, también en sus días, eran únicamente un asunto poético.

Pero no en Miguel. Su pie en la realidad, según la frase de Goethe, está apoyado no sólo con fuerza, sino con conocimiento. Por eso es “una vaga referencia”, porque no se alardea de lo que se posee: ya tiene la belleza, pero su manera de nombrarla es suya enteramente. Así evolucionó, en apenas diez años, lo equivalente a cualquier escritor sólido en una vida larga. Muerto a los 31, ha sido nuestro gran poeta joven.

viernes, 1 de julio de 2011

Rojo y Negro: un fragmento


"Finalmente alcanzó la cima de la montaña que tenía que trasponer para llegar, por un atajo, al valle solitario donde habitaba su amigo Fouqué, el tratante de madera.

Julián no tenía prisa por verle, ni a él ni a ningún otro ser humano. Oculto como un ave de rapiña entre las rocas desnudas que coronaban la cumbre, hubiera divisado perfectamente a cualquiera que se acercara, incluso desde muy lejos.

En un corte casi vertical de uno de aquellos roquedos, descubrió una especie de gruta. Hacia allí dirigió sus pasos, y pronto se halló acomodado en aquelo refugio.

-Aquí -pensó con brillantes ojos de júbilo- ningún hombre podría hacerme daño.

Se le ocurrió la idea de entregarse al placer de escribir sus pensamientos, cosa tan peligrosa para él en cualquier otro sitio. Utilizó como pupitre una piedra rectangular. Su pluma volaba; no veía nada de lo que le rodeaba. Al fin se dio cuenta de que el sol iba ocultándose por detrás de los lejanos montes de Beaujolais.

-¿Por qué no pasar aquí la noche? -se dijo-. Tengo pan y soy libre."


Stendhal. Traducción de Juan Bravo Castillo