“-¿Así que tú eres el policía que
lee? –le había preguntado un día, apenas ingresado en la Central de
Investigaciones, el mayor Rangel-. ¿Cómo coño te dio por eso? ¿O por esto otro?
–y se tocó el uniforme”. Mario Conde es el policía que lee, a través del tiempo
y de La Habana, de la contemplación del Malecón, de todas esas casas señoriales
desvaídas, con su vaivén de años y de vidas cruzadas a la sombra de una
historia lo suficientemente escuálida.
Escuálida en el sentido de Hemingway, de las menos palabras para decir más –lo
que ya sabíamos tras leer, precisamente, Adiós,
Hemingway-, porque Mario Conde anhela, sobre todo, dejar de ser el teniente
policía señor Mario Conde, como le llamaba Alberto Marqués -personaje central
de la maravillosa Máscaras-, para ser
escritor. Si algo hace distinto, precisamente, a sus referentes inmediatos
–sobre todo, Philip Marlowe-, es su arquitectura literaria: un policía que ha
leído no sólo a Hemingway, sino también a Scott Fitzgerald, a Dos Passos,
McCullers y, por supuesto, Dickens, pero antes Dumas y a Salgari, para terminar
en Kafka y en Camus, y en una relectura continua de George Orwell –sobre todo, 1984-, y vive en La Habana, pero no en
cualquier época –hablamos del 89, el año de la caída del Muro de Berlín, poco
antes de la mayor crisis de Cuba-, no puede ser un detective más.
El
asunto no es tan fácil como despachar a Padura diciendo que es el Dashiell
Hammett de La Habana, aunque en parte sea verdad. Para empezar, porque Dashiell
Hammet no ha escrito El hombre que amaba
a los perros, la novela sobre Ramón Mercader y su reconstrucción,
programada por otros, hasta convertirlo en el perfecto ejecutor del asesinato
de León Trotsky, una de las mayores proezas narrativas, escritas en español, de
las últimas décadas. Precisamente la idea de escribir semejante prodigio se le
ocurrió a Padura, según he leído en alguna parte, también por el 89, ese año
crucial en que transcurren las andanzas del Conde. Y, tratándose de Padura, con
ese simbolismo salpicando todas sus historias –por ejemplo, los perros-, no
puede ser casual.
Todas
las historias del detective Mario Conde se sustentan, especialmente, en una
galería de secundarios carnales y tangibles, vividos y bebidos, auscultados,
sudados, tan reales que uno, un poco, ya ha empezado a quererlos: el propio
mayor Rangel, el Viejo, con sus habanos y su fortaleza física, el maravilloso
Flaco Carlos, que ya no está flaco, sino obeso y en una silla de ruedas, por
una bala maldita que lo partió en Angola, o su madre, Jose, que cocina para
ambos mientras comparten una botella de ron –en La cola de la serpiente cocina incluso en sueños-, porque es el
último placer que le queda a su hijo, Tamara y las nalgas de Tamara –casi dos
personajes diferentes-, el contradictorio Gordo Contreras y la sabrosa teniente
Patricia Chion, mulata y china…
En La cola de la serpiente, el
trasfondo es la inmigración china en Cuba, más decrépita que crepuscular. Se
parte de un asesinato, como siempre, pero la carga interior es otro crimen,
años antes: el de diecinueve chinos que, tras pagar el viaje clandestino a
Estados Unidos a bordo de un carguero, fueron congelados y arrojados al mar. El
fondo es el desarraigo de toda inmigración, personalizado también en una Tamara
que, pudiendo, se resiste a dejar La Habana. La soledad del Conde, en su espera
paciente –la espera de la isla-, es tan palpable como la escritura, como ese
bar perfecto en que, al final, el camarero acierta con tu copa.
(Publicado en Mercurio)
¡Cuántas ganas de volverte a leer en tu blog!
ResponderEliminarBienvenido.
Muchas gracias Siroco! A ver si consigo mantener la continuidad. Muchas gracias por tu cariño y tu ánimo, y un abrazo!
ResponderEliminarPues si acierta pediremos otra, porque todo lo leído me invita a seguir leyendo.
ResponderEliminarMe alegro de volver a encontrarte por aquí. Abrazos
Querido Joaquín:
ResponderEliminarHace algunos meses comencé a publicar dos veces por semana un poema de mis poetas cercanos, de hecho éstas entradas de mi blog las titulo "Poesía cercana", son todos ellos cercanos en carne o en espíritu (como tu caso) que gracias a la cibernética consigo mantenerte cerca, para mi sería un honor tenerte en éste apartado del blog publicando un poema tuyo, si es nuevo mejor, sino el que tu me envies.
Espero con ansiedad recibirlo y distribuirlo para darlo a conocer a mis cercanos lectores.
Un abrazo (sin contractura) desde tu Málaga.
Víctor Pérez.
(Yahoo me ha devuelto el correo, lo publico por ello aquí)
Mi correo: sirocovpb@hotmail.com
Un abrazo grande, José Luis! Siroco, te escribo ahora mismo!
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