
Ahora se cumplen cincuenta años de su muerte, y es un buen momento para recordar al Rey de Hollywood, esa fascinación por Carole Lombard, esa esbelta mujer con los rasgos perfectos de una reina, la mirada tan honda como un lago despierto. Antes que ella, Joan Crawford ya limó todas las aristas de la bestia, la masculinidad dura y sangrante que parecía salida de los muelles oscuros de Long Island. Había un caballero dentro del joven rudo, pero el leopardo nunca se durmió. Cuando el amor de su vida, Carole Lombard, murió en un accidente de aviación, Clark Gable quedó definitivamente destrozado. Se alistó como voluntario y combatió en la Segunda Guerra Mundial. Cuando volvió, la vida era ya otra. No le gustaron tanto los guiones y empezó un declive aparente que no cristalizó: aún tuvo fuerzas para seducir, de una tacada, a Ava Gardner y Grace Kelly en Mogambo, o para liberar a una sensual Yvonne De Carlo en La esclava libre, con un Sur desmoronado en el que el hombre busca su destino otra vez.
Lejos, muy lejos, quedaba su interpretación como Reth Butler, que Gable rechazó secretamente, aunque tuviera una raíz invisible con muchos de sus otros personajes: el hombre que ante el fuego de cualquier destrucción ha de empezar de nuevo, y se rehace."Un hombre así puede perderlo todo y alejarse / como si nada le importara. / Puede ausentarse años, irse a África / o a los Mares del Sur, / a soportar a solas lo indecible. / Pero puede volver; un hombre así / siempre puede volver", escribe Ana Isabel Conejo en su espléndido poema Clark Gable. Cincuenta años después, vuelve para quedarse: aún sigue reinando y sonriendo a Scarlett al final de la escalera.