jueves, 30 de junio de 2011

Córdoba: Torre de Fuentes Guerra





Joaquín Pérez Azaústre. Córdoba, marzo, 2007

miércoles, 29 de junio de 2011

Córdoba: una ruta poética


A Rodolfo Serrano, cordobés de La Latina


Las rutas literarias cordobesas son una precisión sobre el silencio. Sea cual sea el inicio que se escoja, ya sea la Puerta de Almodóvar o la de Sevilla, o la Puerta del Puente, equidistante entre la Torre de la Calahorra y la Mezquita, todo un paraíso azul cobalto en un atardecer, o la Posada del Potro, en la que una vez durmió Cervantes, la geografía es tan vasta y tan pequeña, tan irreconocible y tan cercana, tan esquiva y cambiante, como cualquier lienzo de Romero de Torres, con ese vaho fijo de abandono que nos cuenta una historia siempre al final del cuadro, detrás de lo inmediato. En Córdoba, lo inmediato es el riesgo de una pérdida, porque a la belleza conocida de la Judería, con los jardines del Alcázar o la exactitud cortante de sus calles, anudadas por hambre de humedad y una promesa tibia de luz en los balcones, resulta tan imposible resistirse desde cualquier mirada abarcadora que luego quedan libres otros trazos, quizá estampas pequeñas de esta novela en marcha sobre un secreto grave, sobre melancolía y tiniebla, sobre un dolor dormido, que siempre ha ido escribiendo esta ciudad.

Las referencias son interminables, desde el “excelso muro, oh torres coronadas” de Luis de Góngora, que hoy se puede leer frente a la Calahorra, al otro lado del puente romano, a la esencia más preciada de la Canción del jinete lorquiana, con tanto peso en el ánimo de la ciudad, como naturaleza y conciencia crítica: “Córdoba. Lejana y sola”, o su romance San Rafael: “Blanda Córdoba de juncos. Córdoba de arquitectura”. La presencia del río Guadalquivir, quizá como distancia que recorta una arquitectura del silencio, que es también conciencia de juncos amparados por las sombras, por una ausencia súbita.

Sin embargo, aunque la presencia de Córdoba en la poesía tiene sangre ocre de crepúsculo, de esa vista del río con la Mezquita recortada como un palacio extraño del invierno, es el amanecer lo que nos trae su expresión más vivaz, y más recóndita, y más desconocida por la geografía oficial. Lo supo ver, en Elegías de Sandua, Ricardo Molina: “Amanece en las calles. Córdoba se despierta. / Ya es de día. Te amo”, que es también pulsión del cromatismo en los famosos patios cordobeses. De nuevo Molina: “El patio oye el suspiro de otros días en sus arcos”. Se hace más amable comprender la sentimentalidad de una ciudad que es capaz de cuidar hasta el detalle esa plasticidad de las macetas, su predisposición al aire, su ocultamiento cíclico, sólo para esperar un mes del año en que todas las puertas se abrirán y todos los portales serán un paso lúdico, una aproximación a un ruido de agua.

Córdoba se oculta todo el año para aparecer durante un mes. Pero ocurre con mayo como con los lugares más reconocibles de la ciudad: que suelen ser las plazas menos transitadas, como los meses menos concurridos, un descubrimiento inesperado y una plenitud. Así, una vez visitadas las rutas conocidas, podemos dejar atrás la Judería más ribereña y subir desde la Filmoteca de Andalucía, dirigida hoy por el poeta Pablo García Casado, pasando por la Facultad de Filosofía y Letras y subiendo después hasta la Plaza de la Trinidad, donde de nuevo Góngora saluda con una pulcritud de estatua viva. Luego, dejando a un lado Las Tendillas, podemos encontrar la Plaza de la Compañía, donde una vez brilló una librería que fue lugar de encuentro de todos los escritores cordobeses actuales, y también foráneos: se trata, o se trataba, de Anaquel, la vieja librería de Paco Liso, heredera consciente de una tradición cada vez más difícil, junto a la cerveza del Mestizo.

Llegar hasta la Plaza de San Miguel y entrar en la Taberna El Pisto es una conciencia literaria: especialmente, si doblando una esquina que nos llevaría hasta la Taberna Góngora nos encontramos con Pablo García Baena, con toda una expresión romanizada, de senador emérito, camino ya de cierta beatitud. Es en la poesía de García Baena donde nos es más fácil vislumbrar una Córdoba oculta a la visible: sólo hace falta leer su poema El río de Córdoba. Bajar la calle Claudio Marcelo, con esa columnata romana alzada sobre el cielo insostenible, es atisbar también la Córdoba secreta, con un bar que podría haber sido escenario de El invierno en Lisboa, de Muñoz Molina: el Jazz Café, y una taberna como Salinas, en la que una vez estuvo García Lorca poco después de pasar por Las Beatillas, en la Plaza de San Agustín. Es en San Agustín, como en San Lorenzo o San Andrés, como en Las Ollerías, cuando la ruta literaria se convierte en verdad poética.

domingo, 26 de junio de 2011

Poema del domingo

A mis queridos Luis Artigue y Elena,
tras una medianoche leonesa prodigiosa en París


ELEGÍA

¡Pobre hijo de puta!
(Dorothy Parker, frente a la tumba de FSF)

Ha muerto Scott tomando una pinta.
(Ya casi había dejado de beber.
Decía que no tomaba ni cerveza
y que sólo creía en el trabajo,
en los castigos por no realizarlo).

Gabardina, manos anchas,
los guiones al costado,
un temblor de nieve en las muñecas.
El viento gélido de Princeton
rumiando en Sunset Boulevard,
buscándole un espacio menos frío.
Ha muerto Scott. Había cogido peso.

La barra en la que nunca le esperabas,
la historia de un magnate asesinado.
Avenida Norte, 1443 Hayworth,
Hollywood, California, 1940,
cuando Sheila lució la tez de Zelda.

No pudo morir el día de San Patricio,
no acabó la novela
del viejo productor blanco y en pie,
apuestas y algún fraude,
todo imaginado en el invierno de Princeton.

Espero que la pinta fuera buena.


Perteneciente a El precio de una cena en Chez Mourice (Algaida, 2007)

sábado, 25 de junio de 2011

Crisis de la enseñanza


Acaba el curso y cierran las heridas de una dimensión crepuscular. Es, en ocasiones, lo que parece ir viviendo la enseñanza: un crepúsculo suave, pero también violento, en el ojo quebrado de la mirada pública. Desde todos los puntos de vista, la labor del maestro se cuestiona: sobre todo, tras el Informe Pisa, que nos ha colocado en nuestro propio lugar. Cuando la cuenta de resultados arroja un saldo tan negativo, se necesita alguien a quien poder echar esa cuenta encima, y para eso, como para tantas cosas, nadie mejor que el maestro.

Sin embargo, si atendemos a las condiciones en que se enseña hoy, encontramos riesgos de serios desajustes en la serie trenzada de pactos consensuados que han hecho posible la enseñanza, a saber: entre el maestro y el Estado, a través de los planes de educación; entre el maestro y los padres, en virtud de una fe de confianza recíproca orientada al crecimiento del alumno; entre el maestro, claro está, y ese mismo alumno, en una relación de respeto recíproco, pero también de la imprescindible sumisión intelectual hacia la figura que detenta un saber ancestral; y, por supuesto, entre el maestro y el resto de la comunidad educativa, empezando por los inspectores y acabando también consigo mismo, porque la fe más férrea también puede caer.

Todos estos pactos, todos estos contratos tácitamente admitidos durante generaciones, hoy están en serio peligro de extinción, si no se han extinguido ya, porque la crisis singular de la enseñanza dentro de la crisis, de manera indirecta, se ha achacado al maestro, como se suele hacer, y el maestro está más sólo que nunca ante el peligro. A veces tengo la impresión de que lo único que necesitan los maestros es que les dejen, sencillamente, trabajar. Es una profesión tan vocacional como la propia escritura, y la pasión que surge de mirar el mundo apenas reflejado en la pizarra sólo puede explicarse en una clase, asistiendo a la vida y la fascinación en los ojos de un niño.

Pero claro, si desde los distintos ejecutivos cada uno hace una nueva ley educativa, nos cargamos el criterio de continuidad en la progresión de la enseñanza; si los padres piensan en la escuela más como una residencia que puede mantener ocupada la vida de sus hijos no sólo durante las horas lectivas, sino todas las horas si de ellos dependiera, y además los alumnos no han sido educados, desde casa, en el respeto hacia la persona adulta y, en concreto, hacia la veneración por el misterio de cualquier aprendizaje, y los padres les dejan pasar las horas muertas viendo cualquiera de los programas cochambrosos, luego cómo va a llegar cualquier pobre maestro a explicarles el mundo, con su verdad menuda y transparente.

viernes, 24 de junio de 2011

Noche de San Juan


Para Juan Reyes Rivero y Juan Reyes Pérez,
con el fuego sonoro




Joaquín Pérez Azaústre. Córdoba, 19-8-2005

martes, 21 de junio de 2011

El niño del Titanic


El Titanic como una tumba de fantasmas con las sombras marinas, igual que un arrecife metálico y dormido en una placidez de algas azules. No sabemos la causa, pero 99 años después el Titanic nos sigue fascinando: cada año aparece una nueva noticia relacionada con el transatlántico, con su dolor de mimbre en las cubiertas más desguarnecidas, las que no tenían botes suficientes, y también el aroma de las últimas piezas tocadas mansamente por una orquesta heroica.

Ahora, la última instantánea de un niño sin nombre ha hallado, por fin, un final cerrado: después de casi cien años de misterio, se ha logrado averiguar la identidad del cadáver de un bebé encontrado cinco días después del naufragio, en las aguas heladas del Atlántico norte. Tenía sólo 19 meses, y desde hace demasiado tiempo varios investigadores han estado tratando de recomponer el puzzle, de fijar esa foto sobre un nombre. Han sido muchas las pruebas de ADN, que al final han llevado a su identificación: se trata de Sidney Leslie Goodwin, el más pequeño de una familia numerosa de Melksham, Inglaterra. Viajaban a Nueva York, para pasar allí unas vacaciones y después visitar las Cataratas del Niágara. Es así como se aparece la vida en los enigmas, y también en los temas literarios: con su pequeña y a la vez pesada carga de realidad a cuestas, con esa concreción. Hasta que se ha adivinado su auténtica procedencia, se le habían atribuido varias; de hecho, hace cincuenta años se decidió enterrarlo en el cementerio de Fairview, Halifax, en Nueva Escocia, junto a los restos de otras 120 víctimas del hundimiento.

La lápida decía: “Erigido a la memoria de un niño desconocido, cuyos restos fueron recuperados después del desastre del Titanic”. Ahora seguirá con la misma incripción, a pesar de conocerse la verdadera identidad del niño, en memoria de los casi 50 que murieron en el naufragio, ensoñados de hielo.

Todo en el Titanic es literatura convertida en verdad: fue Carol Goodwin, de 77 años, quien, al enterarse de las investigaciones sobre la identidad del bebé, declaró ser nieta de la hermana de Frederick Joseph Goodwin, un viajero del Titanic que murió en el hundimiento con su mujer y sus seis hijos: el más pequeño, de solo 19 meses. Tras un complicado sistema de pruebas y análisis se confirmó, 99 años después, que el bebé era Sidney Leslie Goodwin.

Misterio y redención, la codicia del hombre con su fosa marina. Antes que Titanic, de James Cameron, recuerdo la maravillosa La última noche del Titanic, y también la novela El fantasma del Titanic, de Arthur C. Clark, que acababa con un planeta Tierra devastado y desértico al que llegaba, dentro de miles de años, un extraterreste fascinado por una gran estructura metálica, alargada y partida, en el fondo de un valle de arena.

domingo, 19 de junio de 2011

Poema del domingo


ENTIERRO

Sacúdete los muertos de tu vida.

Enterraste un buen día a tu gran muerto.
Brindasteis antes con las copas de oro
por las antiguas fotos de aquel aroma azul.

Después dijiste adiós,
eres sin duda.

Descubres sin quererlo ese perfume.
Su cabello de espuma
vuelve ciega a la noche y la despide.
Las cascadas de miel de abejas reinas
confluyen en la cima de tu vientre:
son los muertos reptantes que te acechan,
que puedes encontrarte en cada esquina.
Sus ojos son los ojos de otras noches,
te miran como al hombre al que vencieron,
querrán de nuevo recobrar tu llama,
de nuevo ese collar tan delicado.

Los muertos no se esconden tras el sol.
Te siguen como un viento en las aceras,
aparecen y rondan tu camino
de bronce como un tren que se adormece.

Sólo quieres jugar con el paisaje
como pechos desnudos que se escapan.

Por eso, amigo mío, no sucumbas.
Sacúdete los muertos de tu vida
y viaja hasta las tierras perdidas del gran río.

El vino sellará mejor cauce.
Acabas de nacer, sé bienvenido.

Perteneciente a Delta (Visor, 2004)

viernes, 17 de junio de 2011

Patxi Andión en Galileo


El sonido es el mismo y no es el mismo. Es la voz profunda y desgarrada, ese punto roto de guitarra y mandola, el violín y la viola, el violonchelo, si María entre la gente se fue junto a su ventana, asomada a la torre más alta del Rastro para mirar partir los barcos que se alejan puerto arriba. Escuchar hoy a Patxi Andión no es un ejercicio de melancolía, ni tampoco la turbia ensoñación de recordar canciones anteriores o el recuerdo de un tiempo pasado con más altura y rigor: porque, de alguna forma, este cantautor sólido, que ha sabido siempre poner la voz alzada a la minucia apenas perceptible de lo más absoluto cotidiano, vive una tercera juventud.

Esta noche, Patxi Andión toca en la sala Galileo Galilei, en Madrid. Los amigos del viernes vamos para allá a escuchar Porvenir, su disco nuevo: Porvenir. Guía para Oír (o, en su lugar, Escuchar). Rodolfo Serrano ya le ha dedicado su entrada de hoy en la Calle Tabernillas, yo escucho el disco mientras escribo esto de ahora y por ello imaginar que el espejo es alta mar, y entablar conversación de taberna, son cosas que nos gustan hacer y escuchar. Viaje interior en el que nada viene a ser verdad, con un grito interior: que en tiempos, quizá no tan lejanos, todos fuimos africanos.

La música de Patxi, sus canciones, sus letras, son para escuchar y hacer, para hacer y decir, también para brindarlas. Nacido el diez de abril, La luz debida, Viajar o Es tan difícil dejar de pensar, son canciones tiernas, literarias, de vigor solidario, que nos llevan también hacia otros vuelos, que podrán ayudarnos cuando estemos más lejos, para así recordar que un día andamos por aquí, brindando en La Paloma mientras Jose hablaba por teléfono, soñando con el eco de los pasos.

jueves, 16 de junio de 2011

La última botella





Joaquín Pérez Azaústre. Córdoba, septiembre, 2005

miércoles, 15 de junio de 2011

Feria de lluvia


Una Feria del Libro de Madrid sin lluvia no es la Feria real, sino una mascarada de normalidad. Hace once años, en la Feria del 2000, la lluvia anegó violentamente el albero recio del Retiro durante casi una hora. Todos nos resguardamos, si no recuerdo mal, donde pudimos; pero la localización ferial escogida también significaba una definición. A mi amigo José Luis y a mí nos pilló en la caseta de la extinta librería Miguel Hernández (...)

Sigue en Papeles perdidos, el Blog literario de Babelia (El País).

Un abrazo y feliz miércoles!

lunes, 13 de junio de 2011

Guillermo Busutil en Mucho Cuento


Va cayendo la noche en la azotea con un telar naranja sobre el fondo, la campiña azulada bajo el nimbo de un azul cobalto en los tejados. Es la terraza de la Hospedería del Atalía, pero esto no es poesía: es Mucho Cuento. Sería el mejor lugar imaginable para recitales de poemas, pero la asociación cordobesa Mucho Cuento le ha encontrado un uso más original, por lo que tiene de singularidad: un ciclo de presentaciones de libros de cuentos, un ciclo que acaba siendo, también, de recital de algunas de esas piezas a menudo entre la exactitud más minuciosa y ese relato extenso, más cercano a la novela corta. Todo esto cabe en el cuento, todo esto respira en Mucho Cuento.

El hallazgo ha sido también la ubicación en la terraza de la Hospedería del Atalia, con todas las cornisas extendidas bajo el faro solar de la torre de la Mezquita, amparando el susurro, las carpas y el silencio: cuánto de silencio hay en los cuentos, de teoría del iceberg de Hemingway, cuánto se nos cuenta y cuánto se nos hurta de la verdadera información para que así podamos encontrar esa poética de la sugerencia, que es la sensualidad de los relatos. Literatura abierta, la seducción del cuento es Mucho Cuento.

Así se ha presentado Vidas prometidas, de Guillermo Busutil, acompañado de Antonio Luis Ginés. Es Busutil un autor de corte seco y diagonal en la pegada, que lo mismo aborda una historia de los últimos indios verdaderos que salieron en las primeras películas de Hollywood que retrata, con un realismo lumpen doloroso, los últimos movimientos de un viejo campeón del cuadrilátero, su vida miserable, un poco a lo Más dura será la caída, de Budd Schulberg, o desgrana sus recuerdos familiares, en un cuento precioso que desvela los días con sus abuelos, todo cuanto aprendió de ellos, ahora ya entendidos como personajes del cuento más profundo del autor. Pero no ha sido Guillermo Busutil el único invitado a Mucho Cuento, que de forma altruista contacta con escritores de muy diversos sitios, siempre de cuentos, de relatos, y se los trae a Córdoba a mirar cómo cae la noche sobre nuestra Mezquita, con un público fiel que también forma parte de la asociación y, por supuesto, también escribe cuentos.

Mucho Cuento. Un género de moda, se dice algunas veces, pero que no ha estado de moda de verdad. Una forma de ser y de mirar la realidad con una pulcritud desmenuzada, como la de los cuentos de Julio Ramón Ribeyro y su estupendo Silvio en el rosedal. En fin, que esta asociación de escritores de cuento es un lujo para una ciudad como Córdoba, porque esta es la cultura verdadera: la que se va tejiendo poco a poco sin más aspiración que ser real.

domingo, 12 de junio de 2011

Poema del domingo


EL BUEN PASTOR


Yo soy el buen pastor. Tú lo sabías,
y por eso quisiste protegerme.
Entonces, muy menudo, como un suspiro de agua,
nadie hubiera podido imaginar
que en un torso pueril,
en una complexión indefensa y cambiante,
se estuviera nutriendo la osamenta
de un alto patriarca sin familia.
No un lobo estepario,
como todos soñamos con ser en el destierro
de una casa lejana con los padres distantes,
no un viajero entusiasta emergiendo en cubierta
cuando la juventud, sino un perro de guarda,
solitario a su modo,
pero pendiente al fin de una manada
que no le pertenece.
Quién podía intuirlo. Pero tú lo sabías,
veías dentro de mí una llamarada
aún más real
que todo el crepitar de hojas crujientes
con miedo a perecer dentro del bosque.
Entonces me llevaste hacia lo oscuro
igual que un día de picnic, dejando atrás la cerca,
donde todas las ramas, colgantes de un silbido,
se agitaban fibrosas en su espiral de acanto,
capaz de recortar sobre la noche
aquel manto chinesco de fantasmas
que no nos dieron miedo.
Poco antes de la vuelta,
escogimos un árbol gigantesco y fui trepando a lo alto para ver
las luces de los coches bajando la montaña,
la mancha celular de la ciudad.
No sé cómo volví, pero lo hice,
de muchos otros bosques interiores,
también de otras ciudades subterráneas
en las que derramé una fuerza nueva,
muy recién adquirida sobre el viento flotante,
muy de lobo estepario mientras tú
fuiste el ángel guardián de la espesura.

Pereneciente a Las Ollerías (Visor, 2011)

viernes, 10 de junio de 2011

Jorge Semprún se despide de ustedes


En los últimos días, hablaba sobre todo de Madrid. Soñaba con volver, pero esperaba que antes fueran a verle a París sus amigos, para hablar de nuevo un poco de español. Madrid ya apenas tiene que ver con la ciudad plomiza y tabernera que le vio nacer en 1923, ni tampoco con la que vivió treinta años después, cuando regresó con otro nombre bajo su militancia comunista, ni tampoco exactamente con aquella que abandonó cuando fue destituido como ministro de Cultura en el segundo Gobierno socialista de Felipe González, allá por 1991. Madrid, como ciudad, ya no existía para Jorge Semprún, y tampoco para Federico Sánchez ni la sombra alargada del escritor-político que no encontró su espacio ni en un país ni en el otro, ni en Francia por español ni en España por gabacho, pero que sí encontró en la lengua, mixturada en matices, el vehículo ideal para dar testimonio de la Europa terrible a la que le tocó sobrevivir.

Como en el caso de la muerte reciente de Ernesto Sábato, no es la columna el mejor lugar –ni mucho menos la extensión ideal- para entrar en la obra de un autor. Sin embargo, sí podría apuntar los libros que prefiero de Semprún: La segunda muerte de Ramón Mercader y Autobiografía de Federico Sánchez seguramente son dos de las más logradas, Federico Sánchez se despide de ustedes su libro más insólito –confesiones de un ex ministro con filtro literario- y también Adiós, luz de veranos, esa elegía de una juventud aventurada apenas después de la primera adolescencia. Jorge Semprún se ha pasado la vida diciendo adiós a la luz de los veranos, y después de ser liberado, con apenas 22 años, del campo de exterminio de Buchenwald –al que fue condenado por ser miembro de la Resistencia en París-, tuvo que elegir entre La escritura o la vida –otro de sus títulos- y escogió la vida para escribir más tarde, y no pegarse un tiro ante el horror: 44.904, su número de piel y su otro nombre, dieciséis meses en mitad del infierno.

Trabajó como traductor para la Unesco y renunció cuando la ONU reconoció la dictadura de Franco. Fue miembro del Comité Central del PCE hasta el 64, cuando Santiago Carrillo le expulsó de un partido que Semprún veía abocado a la regeneración. Él había comprendido lo que ya supo Stefan Zweig: que ninguna Europa será nunca posible, ni tampoco ninguna ideología, si se funda en el totalitarismo. Así condenó a ETA varias veces y a su tiro en la nuca, que le era demasiado familiar porque lo había visto de frente, con otros uniformes y el mismo resultado. Ha muerto en su estudio de París, rodeado de libros y maletas. Decía que con él se perdía la memoria del olor a la carne quemada de los campos.

jueves, 9 de junio de 2011

El fin de una época





Joaquín Pérez Azaústre. Puerta de Toledo, febrero, 2011

martes, 7 de junio de 2011

Superman de la ONU


Vuela Superman fuera de Norteamérica, en un mundo más ancho que nosotros. Sale Superman de su cripta de hielo, que era pensar su mundo dentro de la bandera de las barras y estrellas. La noticia viene desde DC Comics: en el número 900 de la serie, Superman renuncia a la ciudadanía americana. ¿La razón? Está cansado de que todas sus decisiones y sus acciones públicas se identifiquen con la política exterior de EE.UU. Con esta cercanía no tan reciente de los comics con la actualidad -sólo hay que recordar la renuncia del Capitán América a su uniforme en los años 70, cuando se convirtió en El Nómada, por no compartir ciertas políticas de no integración racial del Gobierno-, Superman se posiciona no del lado del poder estadounidense, sino en su responsabilidad universal. Me imagino que en los últimos años, sobre todo antes de Obama, Superman lo ha tenido que pasar mal con las políticas -las anti-políticas- de Bush. Ahora, con Obama, todo parecía distinto, pero es cierto que al final cualquier nueva actitud venida de Kal-El siempre es tenida por ese seguimiento del sistema estadounidense. Quizá ésta sea la causa de cierta concepción del personaje desde un lado imperialista, mientras que Batman, el oscuro, el beligerante, el nunca agente de la corrección, el fuera de la ley, ha sido concebido como un icono plástico de la libertad individual. Sin embargo, ¿qué hay del origen?

Superman no es Clark Kent. Clark Kent es, digamos, ese nuevo nombre para una nueva vida. Superman es, esencialmente, un inmigrante: aterrizó en Kansas del mismo modo que podría haberlo hecho sobre la helada estepa de Siberia. De hecho, en Amanecer Rojo, se juega con esta interesante posibilidad, estableciendo una ficción dentro de la ficción: un Kal-El soviético, educado desde su adolescencia por Stalin, lleva la utopía autoritaria a todo el planeta, excepto a unos resistentes, y también decadentes, devastados y libres, Estados Unidos de América. Por eso Superman es más que el color de una bandera, y representa un bien mayor que el mero interés de una nación única. Superman es, en esencia, la representación en comic del legado de Kennedy, cuando dijo aquello de que Estados Unidos no debía utilizar su hegemonía para imponer su voluntad al mundo, sino para amparar al débil.

La única fidelidad de Superman, frente a unas Naciones Unidas poco determinantes, debe ceñirse a su propia conciencia de muchacho de campo bonachón. Esto es lo que no entienden en Norteamérica, donde los sectores conservadores andan a la gresca con DC por haber privado al personaje de nacionalidad americana. Pero es que Superman ahora es del mundo, y se le puede entender mejor en Córdoba, por poner un ejemplo, que en una convención del partido republicano. De nuevo el comic explicando el tiempo: Superman, ciudadano del mundo a lo Rick Blaine.