lunes, 22 de noviembre de 2010

Tormenta transparente, de Javier Lostalé


Tormenta transparente, el vuelo sostenido de una ausencia. Javier Lostalé ha publicado un libro de poemas titulado precisamente así, Tormenta transparente. Hablamos de un poeta de fina destilación, de un conocimiento no sólo de las artes del poema, sino de su materia esencial, de ese advenimiento emocional que es el origen mismo de la necesidad de escribir. Así, Tormenta transparente es un libro de amor: pero un amor singular, un amor que se genera a sí mismo dentro de los poemas, que es nacimiento y también fin en sí mismo, que golpea el interior, las paredes propias del poema, y también del poeta, con su pecho de pronto convertido en toda una espiral de resonancias que desde el silencio cobran forma, que desde el terrizo crean el cuerpo, la materialidad de la nada.

Tormenta transparente es un libro sobre la ausencia total del amor: no sólo del sentimiento, de su recepción y compañía, sino también del sujeto, porque todo es acción generadora. Así, es el propio lenguaje quien se inyecta a sí mismo, las palabras son cuerpo, piel, tejido primigenio del amor. Muchos versos ahondan en la idea: "Cohabito con el espacio alumbrado de tu despedida", "En la corteza de la luz tu palabra me habla", "Se abre entonces en todas las cosas el tacto de tu voz". La ausencia, al llegar, se relaciona también con el espacio, que es el escenario de un vacío. Sigue la misma estancia, los objetos, y hasta la forma misma en unas sábanas. Sigue toda la vida, sigue el curso corriente de las horas, y sin embargo ahora todo está poblado por la ausencia, conquistado de pronto por un sordo esplendor. Lo explica Lostalé en el poema Tus manos: "Donde anida en silencio el resplandor último del tacto". Porque somos también el eco más sutil de unos dedos tendidos, "concíbeme en tu profundo latido sin aire". Somos ese latido que aún recuerda el instante anterior a ese hueco, la distancia menuda entre dos cuerpos y su conquista minuciosa y blanda. "Abrázame como si ya no estuvieses / para que tu presencia sea umbral del mundo". Así, es la propia ausencia la que inaugura el mundo, porque sólo tenemos esa ausencia, que también es corporeidad.

"Como una tormenta respiras dentro de mí (…). Donde no estás sin memoria aún me concibes". El sujeto amado no sólo se concibe a sí mismo en el lenguaje, en esa plenitud fértil de la imagen, sino que también concibe al propio escritor, que invoca en el silencio una claridad, la presencia invisible de la perduración. Javier Lostalé, tan generoso siempre con la poesía de otros, ha estado acompañado en su presentación en León por Luis Artigue y un servidor; en Córdoba, además, por Pablo García Baena, en la complicidad del magisterio fecundo y sensorial.

martes, 2 de noviembre de 2010

Residencia de Estudiantes, o la leyenda de hoy



La fanfarria con vistas, una percusión en el jardín. Se han cumplido cien años de la Residencia de Estudiantes, un oasis moral, y se ha escrito ya tanto sobre ella que el margen es pequeño, diminuto, para cualquier nueva iluminación. Sin embargo, la noticia es hermosa, porque noticia es que en España una institución como la vieja Resi se mantenga aún en pie, hermosa y duradera como esa fachada de ladrillo sostenida en el tiempo, como un buque erigido más allá de nosotros y de todos los nombres que la integran. La Residencia es hoy más que su legado: es también la acción de ese legado, y su prolongación en los nuevos creadores, investigadores, profesores, artistas de muy diversa condición y pelaje, que de una u otra forma han ligado su vida, antes o después, a la Residencia de Estudiantes. Es un lugar de paso que deja un paso en nosotros, una huella más honda de lo que se pueda suponer: no sólo por su territorio mítico, no únicamente por Federico García Lorca, Salvador Dalí y Luis Buñuel, o la constelación de sus amigos, y sus compañeros de vida y esperanza, Juan Ramón, Antonio Machado, Unamuno, los otros; sino también por una sutileza en la manera de afrontar la vida, que seguramente ha sido nuestro proyecto educativo más decididamente vital y aperturista.

No hay muchos lugares que sean de verdad la casa del poema, pero también del poeta. No hay muchos lugares en los que la palabra, su cuidado y su aroma, sea reverenciada como un templo que a todos nos acoge sin importar jamás su procedencia. No hay muchos lugares cuya sola presencia, cuya continuidad, suponga un referente artístico y moral de la sociedad más deseable, y además se mantenga. Ese lugar es la Residencia de Estudiantes: lo era hace cien años, y hoy lo sigue siendo, a través de un sinfín de congresos, conferencias, recitales, conciertos, que nos recuerdan siempre nuestro mejor pasado, el que pudo haber sido, el que menos duró y el más brillante.

Si en una de esas historias reinventadas que tanto le gustaban a Max Aub, con un extraño bucle temporal, trasladáramos al Madrid de hoy a cualquiera de los intelectuales españoles de hace cien años, seguramente no reconocería nada: ni la Castellana, ni la Puerta del Sol, ni los viejos cafés, que ya no existen. Pero podría volver a la Residencia de Estudiantes, y quizá hasta se encontraría a sí mismo en uno de esos grandes cartelones que, con cada exposición, contribuyen a mantener viva y actualizada nuestra memoria más sensible y vertical. Sabrían que están en casa, que habrían llegado a casa. Hablaremos de esto dentro de cien años: de la misma alegría, en el mismo canal. Y sonarán las voces como música, subiendo la colina, de todos quienes fuimos residentes.