martes, 25 de mayo de 2010

Bolaño en Córdoba



Bolaño alguna vez estuvo en Córdoba. Siempre fue un viajero, fue desde el principio un detective salvaje. Ya su primera infancia estuvo atravesada por el nomadismo: Los Ángeles, Valparaíso, Quilpué, Viña del Mar y Cauquenes. Después, a los trece años, su familia se fue a México. Sin embargo, en 1973 volvió a Chile, luego de un viaje en autobús y en barco en el que atravesó toda America Latina, un viaje en el fondo no demasiado distinto del que protagonizara el joven Ernesto Guevara de la Serna, estudiante de Medicina, junto a su amigo Alberto Granado, y que diera lugar a un hermoso libro, Viaje por Sudamérica, y a una película no menos entusiasta, contenida y vital: Diarios de motocicleta. Roberto Bolaño también cogió la carretera, pero esta vez rumbo a Chile, de regreso a su patria -él, que no tenía patrias, o que era de verdad ciudadano del mundo, quizá más que Rick Blaine-: quería ser testigo, pero también actor, de su nuevo país modernizado por las reformas de Salvador Allende. El resto es Historia, y también la historia menuda de Bolaño: tras el golpe de estado del 11 de septiembre se unió a grupos de revolucionarios trotskistas y fue detenido llegando a Concepción, donde sería liberado tras ocho días de prisión por la ayuda de un amigo aparecido misteriosamente, un viejo compañero de estudios en Cauquenes que era, y aquí es donde la literatura se engarza con la vida, uno de los policías que le vigilaban.

Luego, años después, Bolaño llegó a España, concretamente a Barcelona, con una novela bajo el brazo titulada Los detectives salvajes. El resto también es historia, pero esta vez Historia literaria. Se ha escrito tanto de esta novela, que tratar de decir algo nuevo sobre ella puede resultarnos redundante. Quizá, como confesó en su día Vila-Matas, que se trata de una novela que a uno -al propio Vila-Matas- le hace replantearse la manera de concebir el hecho de ser escritor. También que es un estímulo para seguir intentándolo. Los detectives salvajes, en suma, no tiene las hechuras de una simple novela: es más un libro sagrado, tiene la dimensión de verdad revelada sobre el mundo, de una nueva manera de narrar sólo equiparable con Rayuela, y decir esto tampoco es muy original. La novela transcurre en México, Nicaragua, Estados Unidos, Francia, España, Austria, Israel, África, y lo alucinante es que en todos los escenarios Bolaño muestra un conocimiento del terreno nunca atribuible al turista minucioso, ni siquiera al viajero literario, sino sólo al ciudadano autóctono, que se ha criado allí y ha vivido allí desde su nacimiento. ¿Cuántas vidas tuvo, en realidad, Roberto Bolaño?

Su personaje Xosé Lendoiro dice, tras su viaje por Andalucía: "Qué bonita es Granada, que graciosa es Sevilla, Córdoba qué severa". Córdoba definida en una sola palabra… Ni Baroja.

lunes, 24 de mayo de 2010

Un poema de Carlos Pujol

A fuerza de pulir como un diamante
espléndidas palabras, sus sentidos,
las sombras que la música sugiere,
se achica el material y se hace raro,
como una ensoñación que desvaría.
En mi juego de espejos ya no sé
a quién remite cada imagen ni
adónde me conducen
las oscuras verdades de la estética.
Ese polvillo de oro
es un producto cruel de la pericia.
Como sacar del aire perfección,
y el aire nos devuelve su vacío.

martes, 18 de mayo de 2010

Nosotros, los detectives salvajes


Llegué a Madrid en otoño del 98. Leía El cielo protector, sentado sobre el césped de la Ciudad Universitaria, y pensaba que el cielo de Madrid también iba a protegerme, un poco. En noviembre de aquel año le dieron el Premio Herralde a un escritor entonces desconocido, omnipresente hoy: Roberto Bolaño, por Los detectives salvajes. Transcribo parte del principio: "Tengo diecisiete años (...), estoy en el primer semestre de la carrera de Derecho. Yo no quería estudiar Derecho sino Letras, pero mi tío insistió y al final acabé transigiendo. Soy huérfano. Seré abogado. Eso le dije a mi tío y a mi tía y luego me encerré en mi habitacion y lloré toda la noche. O al menos una buena parte. Después, con aparente resignación, entré en la gloriosa Facultad de Derecho, pero al cabo de un mes me inscribí en el taller de poesía". Bueno, no es la historia de mi vida, pero casi. Mía y de muchos otros. Así que Roberto Bolaño en ese párrafo de arranque nombra un momento universal en la vida de cualquier escritor: cuando se le "induce" a estudiar Derecho, que por otra parte no está mal, pero cómo se puede comparar con disertar horas y más horas sobre un poema de Claudio Rodríguez con embriagadora lucidez... Luego Derecho puede acabarse o no, y hasta ejercerse -o no-, pero eso ya son otras categorías dentro de la principal: el escritor que estudia para lo que no va a ser, rebelión silenciosa ante uno mismo.

Releo Los detectives salvajes y llego a una conclusión fácil: la protagonista de esta historia poliédrica, con cientos de personajes fascinantes, reconocibles en toda geografía, es la literatura misma. Porque también sabe cobrarse sus víctimas sabrosas esa fascinación, todas esas horas cincelando los bordes de un poema. La literatura, sí, como veneno o como bendición, pero especialmente como una condena. En Los detectives salvajes uno comprende que nunca hay suficientes cielos protectores, que por cada uno de aquellos a los que la literatura hizo feliz ha arrasado la vida de cientos de infelices.

lunes, 17 de mayo de 2010

Walter Benjamin y las nuevas tecnologías


Walter Benjamin se ocupaba también de las nuevas tecnologías y de sus posibles diálogos frente a la tradición. Lo hizo en varios ensayos reunidos por Pre-Textos, publicados hace años y reeditados periódicamente: Sobre la fotografía. Asistimos al debate de finales del diecinueve: si la fotografía había vuelto obsoleta a la pintura. Sí, en cierto sentido artesanal: los miniaturistas, esos especialistas en retratos pequeños en marfil, se vieron desmarcados por los nuevos estudios fotográficos. Pero, ¿y en el resto? Delacroix lo tenía claro: la fotografía nunca podría con la pintura. Paul Valéry tuvo una visión más futurista: la pintura seguirá siendo pintura, pero de su mixtura con la fotografía vendrán nuevas posibilidades de expresión asimiladas entre sí.

La fotografía libró a la pintura de su función notarial de la realidad, pudiendo avanzar, la pintura, en otras direcciones: cubismo, surrealismo. Más adelante -en realidad, muy pronto- también la fotografía abandonó su carácter único de retratista objetivo y avanzó por el camino del arte -Man Ray, Rober Doisneau-, hasta llegar a las fotografías sobre lienzo o a las pinturas sobre fotografía. Todo esto lo encontramos en Sobre la fotografía, como un debate viejo con cierta gracia ilustre, pero también con cierta actualidad: el diálogo entre Internet y una presunta nueva literatura nacida bajo su ala protectora.

En el caso de la fotografía, se convierte en arte al adoptar los rigores propios del pintor: el punto de vista, el encuadre, la perspectiva, la hondura y la intención, sus relaciones con la realidad. No es arte por la mera reproducción -aunque la reproducción fotográfica de un cuadro del propio Delacroix sí lo puso al alcance de las masas, algo parecido a lo que ocurre ahora con la Red-, sino cuando incorpora su discurso. Así los blogs también son los dietarios con respuesta directa, y la novela sigue en la novela, y un poema seguirá siendo un poema por muchos signos tipográficos diversos, incluidas @@@ y demás, que traten de investir la palabra de modernidad. Lo moderno, claro, es la metáfora, o también el discurso, pero nunca el formato, que igual sirve para un texto caduco. Walter Benjamin no dice finalmente que la tecnología puede potenciar un arte, reproduciéndolo o intensificándolo: pero no como una innovación, sino como un mero cambio de soporte.

jueves, 6 de mayo de 2010

José Luis Pastor, el tercer hombre


Esta noche de jueves, 6 de mayo, a las 20:30, se inaugura la exposición de José Luis Pastor. Será en el Espacio de Arte Contemporáneo de Almagro, en Ciudad Real, en el Museo López-Villaseñor. Le acompañan Eduardo Barco y Joaquín Barón. La exposición durará hasta el 19 de junio, y sería bueno darse un paseo por allí. Siempre que pienso en José Luis Pastor y su pintura recuerdo una historia de Pablo Neruda en Confieso que he vivido, esas memorias en las que él mismo se ponía demasiado bien y pueden ser leidas como una novela. Se trata de un relato que le contó un viejo tabernero inglés, que tenía el local en un valle. Cuando llegó Neruda, el tabernero le explicó que algunos años antes también había pasado por allí otro español -a Neruda, claro, lo tomó por español-, con el que decía haber pasado muchas tardes. Cuando Neruda comprobó que el tabernero no hablaba ni una gota de español, le preguntó si su compatriota, del que todavía desconocía el nombre, se expresaba en inglés. El tabernero le contestó que no.

"¿Entonces, cómo lo hacían?", le preguntó Neruda, y ahí quedó la cosa. Luego resultó que en realidad no hablaban, o hablaban bastante poco, pero se tomaban unas cuantas pintas. Tiempo después, investigando en el pueblo, Pablo Neruda descubrió la identidad del "otro" español: se trataba del poeta Pedro Garfias, exiliado tras la Guerra Civil. Parece ser que Garfias -autor de ese canto sobre la evanescencia de cualquier paraíso, Primavera en Eaton Hastings- recordaba frente al tabernero la tierra que había dejado atrás, siendo consciente del regreso imposible, y el tabernero, mientras, le contestaba con su propia tristeza: su mujer le había dejado. Los dos hablaban, claro, el mismo idioma, que era una elegía de la pérdida.

Pues bien, si en este cuento admitiéramos la presencia intemporal de un tercero, sosteniendo también la pinta en esa barra antigua de madera, hablara el idioma que hablase, ese tercer hombre sería José Luis Pastor. Además de un pintor extraordinario, autor también de un libro de poemas delicado y finísimo -Telón romano, del que hablaremos aquí-, José Luis Pastor podría comparecer en el relato de las memorias de Neruda con la misma naturalidad con que vuelve a veces a Madrid: como si nunca se hubiera ido de la Residencia de Estudiantes, como si todavía fuéramos los mismos, aunque ya no lo somos. Por eso me alegro tanto de su inauguración, y le envío un brindis desde aquí. Cuánto siento no haber ido con él más al Bo Finn, hace diez años. Pero entonces -como ahora, aunque ya un poco menos- parecía que la fiesta era infinita.


martes, 4 de mayo de 2010

El mundo de ayer


Juanma vive en Londres con su familia nórdica, y por eso nos vemos poco. Ayer comimos juntos: un excelente bacalao a la portuguesa en el Urumea, tras el Mercado de la Cebada. Lo mejor del bacalao del Urumea no es el bacalao -jugoso en finas láminas muy blancas-, sino las patatas encebolladas con perejil y el punto justo de aceite. Luego nos fuimos al 4D, a tomar un gin-tonic bien fresquito en la terraza, con un toque de limón exprimido, mientras nos daba el último sol. En la mesa de al lado reconocí a un hombre con aspecto curtido de ecce homo, largas barbas grisáceas, unos cincuenta años de mirada honda y pantalón vaquero muy viajado, como las sandalias aparentemente cómodas. Lo reconocí, pero no supe quien era. Sólo algunos minutos después de haberse marchado recordé que se trataba de Dante Medina, un poeta mexicano que hace unos años recorrió España en busca de sus escritores, para hacer dos antologías, una de prosistas y otra de poetas, que se publicarían en México. Recuerdo haber entregado los textos y haber tenido alguna noticia de las dos antologías, pero físicamente nunca llegué a verlas. Tampoco imaginé que iba a volver a encontrarme con Dante Medina tomándome un gin-tonic en el 4D, varios años después y sin reconocerle, aunque él sigue exactamente igual. Así nos encontramos y nos desencontramos, somos una música de azar. Superada la anécdota austeriana, atravesamos la Plaza Mayor y fuimos a la Librería Méndez. Juanma me regaló los ensayos de Montaigne -en un solo tomo, tapa dura- y yo a él El mundo de ayer, las maravillosas memorias de Stefan Zweig escritas poco antes de su suicidio solitario y angustiado en Petrópolis. (Ambos, los ensayos de Montaigne y El mundo de ayer, editados por Acantilado: todo un acantilado que resiste, y que incluso sostiene, o nos sostiene, frente a una cultura diluida).

Stefan Zweig te cuenta el final de una vida, de una civilización, de un mundo, con la naturalidad de quien sale a tomar una caña en la cafetería de abajo. Así abandonó Austria, mirando en la lejanía su casa desde el tren, sabiendo que ya no podría regresar tras el advenimiento al poder de los nazis. Zweig te cuenta el final de una vida, sí, pero sin hablarte nunca de la suya, con la humildad elegante y el acierto visual de quien concede siempre mucha más importancia a lo que sucede entorno a él que a lo que le sucede a él mismo. Memorias de la vida europea de entreguerras, memorias de un disfrute en la cultura y en la lentitud.

domingo, 2 de mayo de 2010

1 de mayo, con retraso


La gente come paella a cualquier hora del día: en La Latina y en cualquier lugar de España. Comer paella a cualquier hora del día es un estado de ánimo, una disposición del corazón. Mi hermano está pendiente todo el rato de si Rafael Nadal vuelve o no a jugar la final del Master Series de Roma, suspendida por la lluvia. Hay toda una poética tras Rafa Nadal, precisamente porque estamos demasiado acostumbrados a verlo ganar. Mientras José Luis Rey, en Córdoba, publicado su libro de poemas Barroco, deja el bar El Paso y vuelve a casa con su hija Laura. A Laura la he visto nacer hasta convertirse en una maravillosa niña de 7 años: quiero regalarle la película de Otto Preminger, para que sepa todo lo que su nombre da de sí más allá de la canción de Neck. Quizá luego cene con Matilde Cabello y Paco Cerezo. Quería comenzar este blog el 1 de mayo, por hermanamiento con el derecho al trabajo, pero como todo en mi vida llego tarde.

Debo este diario, o al menos su mayor intención empírica, a Rodolfo Serrano, Salvador Caraballo Polo y Manuel Cuesta. Aparecerán enlaces de artículos, amigos e intenciones. Espero que nos sigamos encontrando, siempre que los brindis sean notables. Esto no va a ser un libro de poemas, ni un ensayo, ni una larga columna de opinión ni una novela: va a ser el pálpito sonoro escrito en el aquí y en el ahora; va a ser un diario misceláneo, con la única intención de lo corriente.