La fanfarria con vistas, una percusión en el jardín. Se han cumplido cien años de la Residencia de Estudiantes, un oasis moral, y se ha escrito ya tanto sobre ella que el margen es pequeño, diminuto, para cualquier nueva iluminación. Sin embargo, la noticia es hermosa, porque noticia es que en España una institución como la vieja Resi se mantenga aún en pie, hermosa y duradera como esa fachada de ladrillo sostenida en el tiempo, como un buque erigido más allá de nosotros y de todos los nombres que la integran. La Residencia es hoy más que su legado: es también la acción de ese legado, y su prolongación en los nuevos creadores, investigadores, profesores, artistas de muy diversa condición y pelaje, que de una u otra forma han ligado su vida, antes o después, a la Residencia de Estudiantes. Es un lugar de paso que deja un paso en nosotros, una huella más honda de lo que se pueda suponer: no sólo por su territorio mítico, no únicamente por Federico García Lorca, Salvador Dalí y Luis Buñuel, o la constelación de sus amigos, y sus compañeros de vida y esperanza, Juan Ramón, Antonio Machado, Unamuno, los otros; sino también por una sutileza en la manera de afrontar la vida, que seguramente ha sido nuestro proyecto educativo más decididamente vital y aperturista.
No hay muchos lugares que sean de verdad la casa del poema, pero también del poeta. No hay muchos lugares en los que la palabra, su cuidado y su aroma, sea reverenciada como un templo que a todos nos acoge sin importar jamás su procedencia. No hay muchos lugares cuya sola presencia, cuya continuidad, suponga un referente artístico y moral de la sociedad más deseable, y además se mantenga. Ese lugar es la Residencia de Estudiantes: lo era hace cien años, y hoy lo sigue siendo, a través de un sinfín de congresos, conferencias, recitales, conciertos, que nos recuerdan siempre nuestro mejor pasado, el que pudo haber sido, el que menos duró y el más brillante.
Si en una de esas historias reinventadas que tanto le gustaban a Max Aub, con un extraño bucle temporal, trasladáramos al Madrid de hoy a cualquiera de los intelectuales españoles de hace cien años, seguramente no reconocería nada: ni la Castellana, ni la Puerta del Sol, ni los viejos cafés, que ya no existen. Pero podría volver a la Residencia de Estudiantes, y quizá hasta se encontraría a sí mismo en uno de esos grandes cartelones que, con cada exposición, contribuyen a mantener viva y actualizada nuestra memoria más sensible y vertical. Sabrían que están en casa, que habrían llegado a casa. Hablaremos de esto dentro de cien años: de la misma alegría, en el mismo canal. Y sonarán las voces como música, subiendo la colina, de todos quienes fuimos residentes.
No hay muchos lugares que sean de verdad la casa del poema, pero también del poeta. No hay muchos lugares en los que la palabra, su cuidado y su aroma, sea reverenciada como un templo que a todos nos acoge sin importar jamás su procedencia. No hay muchos lugares cuya sola presencia, cuya continuidad, suponga un referente artístico y moral de la sociedad más deseable, y además se mantenga. Ese lugar es la Residencia de Estudiantes: lo era hace cien años, y hoy lo sigue siendo, a través de un sinfín de congresos, conferencias, recitales, conciertos, que nos recuerdan siempre nuestro mejor pasado, el que pudo haber sido, el que menos duró y el más brillante.
Si en una de esas historias reinventadas que tanto le gustaban a Max Aub, con un extraño bucle temporal, trasladáramos al Madrid de hoy a cualquiera de los intelectuales españoles de hace cien años, seguramente no reconocería nada: ni la Castellana, ni la Puerta del Sol, ni los viejos cafés, que ya no existen. Pero podría volver a la Residencia de Estudiantes, y quizá hasta se encontraría a sí mismo en uno de esos grandes cartelones que, con cada exposición, contribuyen a mantener viva y actualizada nuestra memoria más sensible y vertical. Sabrían que están en casa, que habrían llegado a casa. Hablaremos de esto dentro de cien años: de la misma alegría, en el mismo canal. Y sonarán las voces como música, subiendo la colina, de todos quienes fuimos residentes.
Hay cosas que nunca deberían desaparecer y esta residencia espero que sea una de ellas, por su historia, por lo que nos cuentan sus muros, sus estancias, por quienes han pasado por ella en todos estos años...
ResponderEliminarMe hiciste recordar mis años de facultad, la amistad que se creía eterna y que aún seguimos confirmando, las tardes interminables de café para arreglar el mundo, las risas y las pocas ganas de irse a la habitación cada noche y de salir de ella cada mañana, ese piano sonando de fondo, nadie parecía escucharlo hasta que un día dejó de tocar y todos lo echamos de menos...
Precioso escrito Joaquín, un besote enorme, cuídate y felíz semana!!
querido amigo, dije que te pasaría algo sobre la residencia y lo había olvidado, perdóname. aguanta hasta el final:
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=kus0WA4zQHI
un fuerte abrazo. espero que estés bien.
¿La casa del poema y la casa del poeta? . Gracias por mostrarnos esa casa. No tengo el placer de conocerla. Estudié hace ya unos años, y para ello, me desplazaba a diario en el tren. Ahora sigo utilizando, a diario, el tren, y el tren suele ser quien me lleva por esta vida.
ResponderEliminarNo voy a decir que añore algo que nunca conocí. Pero tal y como lo cuentas, hace que casi lo añore. Un escrito precioso.
Por cierto, leí hace unos días, algo tuyo, ¿Trócame mucho? ¡Sí!. Y me encantó.
Hace unos meses, en una fiesta sobre la Escuela Pública, se organizó un acto que consistía en ejercitar el noble acto del trueque.
El que ahora es presidente de la república de mis pensamientos, me preguntó si no hacía falta dinero para participar en el acto, y se maravilló al descubrir que se podía adquirir un objeto sin que mediara dinero.
¿El objeto ansiado? Un peluche, una osita, para completar su familia de osos, esos que, por las noches, suelen llevarse las pesadillas que a veces, intentan pasar por los dulces sueños de los peques.
Salud.
Enhorabuena por el Loewe, compadre.
ResponderEliminarFelicidades por el premio Joaquín,,,
ResponderEliminarhttp://eltemplodelasborracheras.blogspot.com/2010/11/joaquin-perez-azaustre.html
Abrazos transoceanicos,,,,
Muchas felicidades, Joaquín, por el Premio Loewe. He escuchado esta mañana la noticia en la radio y me ha alegrado un montón. Ya estoy impaciente por pasear mis ojos de lector por "Las Ollerías".
ResponderEliminarAbrazos.
¡¡¡Felicidades!!!Me alegró mucho ese merecidísimo premio...Y, como Miguel, espero pronto poder perderme entre las hojas de "Las Ollerías".
ResponderEliminarUn besazo enorme y ¡¡A celebrarlo!!
¡Enhorabuena! Me alegré muchísimo por tí cuando Blas me lo dijo. Espero poder verte la próxima vez que vengas y celebrarlo apropiadamente.
ResponderEliminarUn beso.
Hace años me intrigaba mucho la residencia de Estudiantes. Ahora me intriga más El Lyceum Club. Cuando sea acojonantemente rica y estudie Filología haré mi tesis sobre eso.
ResponderEliminar¡Querido Joaquín!
ResponderEliminarAprovecho tu blog para felicitarte por el premio Loewe, te lo mereces de verdad. Voy siguiendo tu trayectoria y eres un consolidado poeta y narrador. Cuánto me alegro por ello. Recuerdo tu lectura junto a Ariadna García en mi Taller de Villaverde en Madrid recién conseguido el Adonais.
Ojalá nos encontremos pronto.
Un abrazo muy fuerte querido amigo.
Javier Díaz Gil
http://javierdiazgil.blogspot.com
Muchas gracias a todos por vuestros comentarios, por vuestras felicitaciones, por vuestra compañía, por todo este reencuentro que es un primer encuentro. Gracias por estar ahí. Un abrazo enorme!
ResponderEliminarExcelente imagen de la Resi. Muy bien escrito; transmite la emoción de quienes hemos admirado siempre este templo de la poesía.
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