jueves, 19 de abril de 2012

La primavera italiana de Pablo Rubio


Imagino a Pablo Rubio sentado tras su mesa del Café Comercial, atisbando los amplios ventanales y anotando los trazos minuciosos de la vida pintada. Lo veo –creo verlo- en uno de los asientos pegados a la pared, como esos sofás pardos que acomodan la espalda y te ofrecen, delante, toda la inmensidad del gran salón, ocupado por mesas de mármol negruzco, veteadas con hebras finísimas y blancas donde el café se derrama sobre el tique de la cuenta, formando comisuras imposibles de siluetas brumosas. Ahora estoy seguro: estoy viendo a Pablo Rubio, en este mismo momento, tomar notas en una de sus libretas, sobre el escenario que se ofrece, presuroso, cromático y tardío, al otro lado del cristal enorme, Madrid reblandecido en la glorieta luminosa de Bilbao, cuando el último sol se escurre por los áticos de grandes balconadas con su espesor sangriento.

Pero antes, poco antes, Pablo Rubio ha pasado por Barajas. Ha llegado de Italia, donde ha expuesto mucho y bien. En la Toscana, en Lucca, en una muestra colectiva reciente, pero también en Roma y en Bolonia. Ahora va hacia Córdoba, tras la parada en Madrid, donde preparará varias piezas que después enviará a Portugal. Pero es Italia, sobre la que escribiera Blasco Ibáñez un libro hoy un tanto olvidado, En el país del arte, que es una guía de viajes fastuosa, del escritor reencarnado en la verdad más pura de la piedra en el tiempo. Mucho sabe del tiempo, de su fragmentación quebrada en una identidad, Pablo Rubio, que ha ido construyendo una poética no muy alejada de uno de sus maestros, el griego Jannis Kounellis, que utilizó la tierra, el fuego, el humo y el carbón, la madera y hasta animales vivos no sólo en sus pinturas, sino también en sus instalaciones; así, el pintor cordobés –creador, también poeta del matiz sugerente con su verdad de fuerza material-, en la última colectiva en Lucca, ha compartido espacio con el mismo Kounellis, con lo que las distancias se definen en su plasticidad sobre el azar.

La muy interesante propuesta de Pablo Rubio es el territorio de la pérdida, sí, pero también la búsqueda interior, la multiplicación y el reencuentro. La identidad, o sea, con su doble vertiente de memoria y olvido, de recuerdo y presente, con lo que su pintura y sus espacios se van nutriendo también de la poesía visual de ese desvalimiento, y también el vigor, que es el tanteo, o acecho, hacia uno mismo.

L´identità frammentata es una biblioteca colosal poblada por papeles, libros y anaqueles, también retratos y objetos, casi siete metros de ancho por tres de alto, que de pronto asiste a su propio derrumbe, que es la misma caída del yo desvanecido. Si quieren internarse en su estimulante geografía, entren en www.pablos-pablos.com. Pura creación libre, con la hondura más dúctil.

3 comentarios:

  1. Ahora, yo también imagino a Pablo Rubio sentado tras su mesa del Café Comercial, porque la literatura quizá consista sólo en hacer de lo cotidiano algo que merece la pena contar. Abrazos

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  2. Entraremos, entraremos Gran felton, realmente has hecho alimentar mi curiosidad a la búsqueda de esas rendijas cromáticas donde la cotidianidad hace compartir el desvalimiento.

    Un abrazo sin fisuras.

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  3. José Luis, qué bueno saber de ti. En esa misma mesa del Café Comercial podremos encontrarnos, en la tarde sin tiempo.

    Siroco, qué sería de nosotros sin las rendijas cromáticas para poder mirar lo cotidiano.

    Un fuerte abrazo a los dos!

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