
Precisamente ahora va a publicar Seix Barral los cuadernos íntimos de la actriz, en los que habitan no sólo reflexiones, sino también poemas, de una palidez honda y dramática. Lo de menos es que se carteara con Carson McCullers, Somerset Maugham o Norman Mailer -de su relación con Truman Capote ya sabíamos-, aunque esto aumenta el misterio. Con Marilyn todo es misterioso, desde sus últimas fotografías, envuelta en esas gasas rosadas que dejaban entrever su cuerpo modelado en íntimas fragancias, hasta la aparición de alguna cinta pornográfica en la que más de uno se ha empeñado en reconocer a la entonces juvenil Norma Jean. Ahora vuelve a ser una nueva noticia del verano, como si se hubiera ido, cuando su muerte lo que hizo fue dejarla por siempre entre nosotros. A Angelina Jolie, si al final la interpreta, no le va a bastar con rellenar la bolsa demasiado ligera de sus huesos, sino que tendrá que incorporar una nueva dulzura de sus rasgos que, con tanta angulosidad marcada por la delgadez, ahora mismo parece demasiado difícil. Van cambiando los cánones, va girando la cámara, y los ojos del público se vuelven ahora a Megan Fox del mismo modo que hace ochenta años lo hicieron hacia Gloria Swanson, o incluso Theda Bara. Sin embargo, Marilyn siempre ha sobrevivido. Sigue siendo el eco de unos sueños, el reverso más bello de la fragilidad.
Nuestra vida sería más triste sin ella, sin que cada verano apareciera un nuevo motivo para pensar en Marilyn en cualquiera de sus películas, por más que prefiramos siempre Vidas rebeldes, junto al último Clark Gable, apurando la vida con el sorbo de sus labios cansados de besar al vacío.