
Cómo imaginar al joven Tom viendo a su padre persiguiendo a Liz Taylor y Richard Burton cada madrugada por los moteles de Los Ángeles, para lograr raptarlos otra vez y conducirlos, de nuevo, al rodaje de Cleopatra, o contemplando a la magnífica Ava Gardner en La condesa descalza, que también dirigió Joseph, su padre, en una plenitud de belleza ardida inalcanzable que había dejado ya de ser estatua en Venus era mujer, y quizá en La condesa regresó definitivamente al panteón, con su mayor pureza.
Sin embargo, Tom también lo logró: en1971, James Bond, con Diamantes para la eternidad, ya había asimilado la estructura de intriga de Ian Fleming para verterla en un lenguaje visual, lo que continuó en Vive y deja morir, El hombre de la pistola de oro, La espía que me amó o Moonraker. Por eso Richard Donner contó con él, como asesor consultivo -guionista, en realidad, pero sin ofender a Mario Puzo- en las dos primeras entregas de Superman, las dos mejores, en las que el espíritu del personaje, maravillosamente encarnado por Christopher Reeve, no sólo prevalece, sino que refulge en la película, en una dimensión mayor que el cómic. Fue también guionista en Lady Halcón, y solamente eso es la posteridad: haber escrito las frases pronunciadas después por Michelle Pfeiffer, su inmensidad de ojos en la abrasión de labios, quizá el último mito femenino del cine, junto a Sharon Stone.
Total, que ha muerto Tom, ha muerto un apellido Del cine, como el libro del Bud Schulberg: el último Mank, el ciudadano Mankiewicz.
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