miércoles, 15 de septiembre de 2010

Poesía en la prisión


Siempre la claridad viene del cielo, largo se le hace el día a quien no ama. Hace un par de días tuve la ocasión de recitar estos dos versos de Claudio Rodríguez, versos amplios como la luz, versos amplificados del espíritu, en la prisión de Córdoba. Acordarse de Claudio, pero también de Lorca y de Cervantes, dentro de los muros de la cárcel, no puede ser igual que hacerlo fuera: los escritores, claro, son los mismos, pero las lecturas no. No se puede entender sin libertad a Cervantes, y al Quijote mucho menos. Recordé el episodio de los galeotes, cuando el caballero y Sancho los encuentran: al saber que los llevan a galeras, donde morirán de agotamiento o de disentería, remando por el mar Mediterráneo, o en singular combate con los turcos, Don Quijote decide liberarlos. Luego, la historia acaba mal, como casi siempre, cuando el sueño se topa con la realidad. Uno de los presos recordó, precisamente, a Calderón, y La vida es sueño como una cima de la literatura española. También citó a Luis Rosales: igualmente irrebatible. Literatura y libertad es mucho más que la lectura de El conde de Montecristo: la libertad es el poema, nuestra libertad es lenguaje, esa liberación blanca del yo en la interpretación personal de cualquier texto, o la imaginación sobre el poema.

Poesía del conocimiento o de la comunicación, o mixta, o de otro vuelo: también en la prisión pude conocer al venezolano Jorge Real, autor de Los vuelos del silencio, y a los demás integrantes de su club de lectura. Dentro de esas paredes la palabra adquiere necesariamente otro sentido, una plenitud de redescubierta desnudez, igual que la mirada al escribir, desprovista de todos esos velos que pueden corromper la realidad, o la limpieza exacta en la escritura. No se pueden leer las Nanas de la cebolla de Miguel Hernández dentro igual que fuera: es imposible, y ellos lo saben bien. Quizá porque cualquiera, al escribir, tiene que enfrentarse cada día con todas sus tormentas interiores, matizadas o no, que son las que conforman una identidad. Varios de los presos y las presas me hablaron finalmente de la liberación de la lectura, de esa capacidad de ensoñación a través del poema, de esa redención de la escritura, como una salvación.

Normalmente aquí no escribo de lo que me sucede, pero hace un par de días me sentí un privilegiado: por compartir la mañana con ellos y con ellas, con toda esa atención, ese interés verdaderamente único, y por dedicarme a mi oficio de escritor. Porque todos hablamos de lo mismo: la lectura como permeabilidad, como lluvia calando lentamente en el cuerpo, el mundo que se ensancha dentro de uno mismo al leer poesía, ese crecimiento indefinido. La lectura, también, como posición ética: esa religión de la belleza y de la libertad.

4 comentarios:

  1. Qué bonita entrada, Joaquín. Bella experiencia poética la que has vivido llevando el mensaje de que no hay rejas que detengan la poesía.

    Me ha encantado.

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  2. Preciosa entrada Joaquín y muy cercana para mí, llevo de voluntaria con ellos unos diez años y no hago más que crecer a su lado, de valorar cada mirada, cada palabra que al expresar su dolor, su amor, la hacen poesía...
    No podría ser más tierna esta entrada y no podía ser más grande leerla...

    Un besote enorme, cuídate y gracias!

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  3. Quizá uno debiera hablar más de lo que le sucede, pues lo que a unos sucede, a veces, les pasa también a otros, y al final se produce un acto complejo, no innato, sino aprendido, que quieren imponer a los niños desde casi su nacimiento: El compartir, en este caso, experiencias, que no es más que compartir la vida.
    Cantan, por ahí, que "estamos prisioneros, carcelero, yo de estos barrotes y tú del miedo". Creo que debiéramos, todos, leer más poesía, quizá fuera el comienzo para ser más libres.
    Salud.

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