
Pablo Milanés toca en Miami, resucita la Nueva Trova Santiaguera en el corazón de los milagros. Pablo Milanés toca en Miami después de haberlo hecho en el Teatro Warner, en Washington, a apenas tres manzanas de la Casa Blanca, y de pronto la Guerra Fría se regenera sola, se potencia entre el mundo exaltado de Miami y el fantasma de la Revolución.
Después de tantos años desde playa Girón, es posible seguir escuchando a Pablo Milanés y a Silvio Rodríguez exactamente igual que entonces, pero sin política: la música es la misma, y las letras también. Sin embargo, es la Revolución cubana la que aún no ha llegado al puerto equidistante de una transición democrática, con unas garantías políticas y sociales que ahora piden también algunos de sus protagonistas.
Pablo Milanés toca en Miami, amplía su geografía de actuaciones, pero lanza además un hermoso mensaje de reconciliación. Algún día, La Habana caerá y se levantarán las libertades públicas. Lo que la Revolución de Fidel Castro pudiera haber tenido de inspirador en sus inicios, al abrigo de cantos libertarios salidos de los labios de estos mismos trovadores, derivó después en una extraña y pintoresca dictadura estalinista transida por maneras de Tirano Banderas, por citar a Valle-Inclán y no siempre a los tiranos descritos por Gabriel García Márquez, tan cercano a Fidel como pudieran serlo, antes, los viejos cantautores de la tierra ganada.
Tras la Revolución, el pueblo cubano reconquistó su tierra nacional; inmediatamente después, perdió lo que nunca había tenido: la capacidad de escoger, o de ir buscando, su propia senda histórica.
Ahora Pablo Milanés toca en Miami y nada menos que veinte organizaciones anticastristas acuden a las puertas del American Airlines Arena para protestar violentamente contra el concierto, tras haber arrancado estas últimas semanas los carteles que lo anunciaban y haber destrozado, en público, unas cuantas decenas de sus discos, después de amenazar a los organizadores.
Tras 52 años de dictadura, se entiende y se respeta, y también se comparte, la crítica a un sistema que se ha agotado a sí mismo y que ya sólo tiene, en el mundo de hoy, la salida de la democracia participativa. Sin embargo, la destrucción de discos recuerda demasiado a las quemas de libros en el mundo de ayer, en Berlín, cuando el partido nazi requisaba títulos de Stefan Zweig.
Pablo Milanés es mucho más que su compromiso político –acaba de afirmar que ya no canta a Fidel, que cantaría encantado a las Damas de Blanco y que es un revolucionario crítico-, y la nueva Cuba no se podrá escribir sin escuchar Yolanda, como apenas podríamos respirar sin escuchar, de nuevo, Ojalá, de Silvio, o La gaviota.
La transición tendrá su propia banda, pero también habrá de convivir con el pasado, comprender sus matices, reinterpretar las músicas, para así reinventar un futuro común.