jueves, 19 de mayo de 2011

Ernesto Sábato en el fondo del túnel


Muere Ernesto Sábato a los 99 años, casi al final del túnel de su propia existencia. Morir a los 99, para alguien que ha escrito un libro como El túnel, y que seguramente va a ser recordado siempre por este título, además de Sobre héroes y tumbas, es una verdad simbólica escondida en el azar biográfico. Es como si Ernesto Sábato no hubiera podido morir con una edad distinta, en esa luz entera y circular de los 100 años, aunque anduvo muy cerca, y tampoco en la más retraída de los 96, 97: porque era justo esa edad, esos 99 años de silencio, en una oscuridad física y distante, la que antecedía la entrada o la salida de su túnel poético.

Vivía en las afueras de Buenos Aires -las afueras del túnel-, y ya llevaba varios años sin salir a la calle, porque su propio cuerpo era el hogar en el que aún podía sentirse cómodo, pero no más allá. Prácticamente ciego, como Borges, sólo reconocía la pintura como forma menuda de expresión, en la plasticidad de lo tangible cuando el tacto se vuelve una visión, la única mirada en unos dedos. Ya no escribía nada y apenas leía. En su residencia bonaerense de Santos Lugares, el día era una cripta de silencio, una enumeración de los libros vividos, de su acecho nocturno.

Sabemos por Elvira González Fraga, su compañera, que estos últimos años una feroz bronquitis le había complicado todavía más el cansancio. Ahora le recuerdan varios periódicos del mundo, y muchos escritores latinoamericanos prolongan además el luto tras la muerte de Gonzalo Rojas.

No se ha podido prolongar el túnel de su misma vivencia oscurecida, en esa intensidad de las horas pasadas revividas de pronto interiormente, con esa lucidez de una ceguera en la policromía de la propia memoria rescatada. Podemos repasar su biografía, saber que fue un científico que prefirió no serlo, para convertir su propia literatura -esta vez de verdad, sin pretensiones posmodernas- en una investigación de análisis empíricos. Eran los años 40. Su primera recopilación de ensayos fue Uno y el Universo, pero fue Sobre héroes y tumbas, en 1961, el libro que le dio a conocer internacionalmente. Luego vendría también Abaddón el exterminador, cerrando la trilogía iniciada en 1948 con El túnel.

Con la celebración recientísima del Premio Cervantes de Ana María Matute, está bien recordar que Ernesto Sábato lo fue también en 1984, y candidato al Nobel en 2007. Sin embargo, dejando por un momento al margen ese premio mayor que fue su propia obra consagrada, su mejor escritura ciudadana fue la presidencia, en 1984, de la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas, con la redacción del informe Nunca más, sobre el horror de la dictadura militar argentina entre 1976 y1983. En los últimos días ya apenas hablaba: estaba regresando a su misterio.

7 comentarios:

  1. Pero regresar es a veces huir, como sus propios personajes que, en el fondo del túnel, no veían una lejana esperanza, sino un lugar para seguir cavando su desdicha, pero una desdicha con séquito de lectores que a la vez de ir leyendo creíamos llegar a sus libros como quien asiste a un funeral lleno de magia y poesía, y una vez metidos en su transparencia de Sábato -viendo a todos lados para comprobar que no había un ciego viéndonos- comprobábamos que éramos nosotros, los que al final -Antes del fin, de La Resistencia- íbamos cargando nuestro propio féretro.

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  2. Allá por los finales de los setenta, Sobre héroes y tumbas y el túnel, eran lecturas obligadas, eran momentos de cambio, ahora vuelven a serlo, la vida son infinitos túneles llenos de oscuridad salvaje con energía suficiente para impulsar ilusiones, sueños, utopías...

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  3. estaría bueno que lo hubieses leído antes de publicar una reseña de calidad amateur, y de retorcida prosa con momentos de arcaísmo ridículo

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  4. Rayuela y Siroco, qué alegría encontraros por aquí otra vez! Esteban, respeto todos los comentarios, pero no concebí este Blog para alardear de mis lecturas ni entraré en polémicas en esos términos. Un abrazo a todos!

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  5. Estoy con Rodolfo, Un beso, cuídate.

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  6. Vale tanto el escritor como el Sábato militante en tantos asuntos que le movían de su plaza de armador de historia y le obligaban a manifestarse, a darse.
    Pienso en Borges siempre que pienso en Sábato. En realidad pienso en Borges muy frecuentemente. Me parece que en la vida es en donde el escritor verdaderamente deja su impronta. O al menos en la vida en el mismo grado que en los libros. Puedes vivir al margen de la vida y encapsularte en tus historias, en tus laberintos, y adquirir nombradía y hacer más hermosa la vida de los demás (ése es, al cabo, el propósito del Arte, de la Literatura enc oncreto), pero es mejor salir, combatir lo combatible. Sábato hizo eso. Combatir. Yo siempre lo veo así.

    Más: no pude, fue una pena, ir al Palacio de Santa Ana en Lucena para escucharte y conocerte, Joaquín. Está a la espalda de mi casa como quien dice.
    Habrá otra ocasión.

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