lunes, 7 de noviembre de 2011

Vuelve Tony Montana


Vuelve Tony Montana, es el regreso del hampa hecha una estética. La propuesta no era nueva, pero había que hacerla nueva: por eso Oliver Stone se inventó la historia de un cubano que, abandonada su isla tras el éxodo de Mariel, en el 80, se convierte en un capo de la coca en Miami, a partir de la película de Howard Hawks. Sin embargo, algo –todo- en esta Scarface era distinto: ese dinamismo de los planos, una sexualidad de la violencia, convertida en preludio del deseo, y también un lenguaje áspero de calle.

El choque entre el guionista y el director, Brian de Palma, seguramente también tiene que ver en la agresividad brutal de impacto, de disparo en la sien, mientras una sierra eléctrica hace trizas el cuerpo de un amigo y la bañera blanca se llena de sangre. Tony Montana es una creación de Oliver Stone, pero también, en parte, de Al Pacino. Sucede con Al Pacino como con Marlon Brando y James Dean, y un poco con Montgomery Clift: que no solamente actúan, no interpretan, sino que están creando casi a partes iguales que el guionista. Ya sé que esto puede afirmarse de la mayoría de los actores buenos, y por supuesto de los más brillantes; pero, quizá por su vinculación mágica/mítica con el universo de Lee Strasberg y el Actor’s Studio, lo cierto es que hay un grupo muy reducido de actores sin los cuales ya no podemos ver los personajes.

Al Pacino es Tony Montana en la misma proporción que es Michael Corleone. James Caan hizo las pruebas también para ser Michael, y se conformó al final con ser Santino: un gran Santino, dicho sea de paso. Al Pacino es Tony Montana cuando se acerca a Michelle Pfeiffer, embutida en su vestido rojo, como una gata roja en su mirada roja, y le pregunta su nombre. Michelle Pfeiffer no tiene nombre, es sólo la sombra refulgente de una carne de un pálido fuego. Tony la consigue por la vía violenta: ella es la perfección de Lauren Bacall y de Verónica Lake, sin sofisticación, sí, pero con mucha más sexualidad.

Los 80, claro, fueron muy sexuales, incluso en su violencia decadente.

Ahora, treinta años después, se vuelve a estrenar Scarface en los cines estadounidenses, en una versión remasterizada. Gusta mucho ver en el estreno a Pacino en plan hippie, un poco Woodstock, pero de andar por casa. El cine de mafiosos actual tiene dos extremos: uno es Scarface, y el otro es El padrino. Sin ninguna de las dos se entiende el cine moderno, y en las dos brilla Pacino como un actor que escribe sus papeles, que los reinterpreta y los ocupa como si fuera él guionista y director de su propia piel pirograbada.

En cualquier discoteca de la costa, hay pistolas ocultas bajo el raso.

3 comentarios:

  1. Excepcional crónica de una peli que efectivamente constituyó un antes y un después en el septimo arte, concretamente Sacarface fue para mi de unm impacto enorme.

    Me alegra seguir tus crónicas, no solo me gustan sino que se aprende un montón.

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  2. Siempre he pensado que el estilo interpretativo del Actor’s Studio se basa en un diálogo que no se establece entre personaje y público, sino entre actor y personaje. Saludos

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