Joaquín Pérez Azaústre. Córdoba, marzo, 2007
jueves, 30 de junio de 2011
miércoles, 29 de junio de 2011
Córdoba: una ruta poética
A Rodolfo Serrano, cordobés de La Latina

Las referencias son interminables, desde el “excelso muro, oh torres coronadas” de Luis de Góngora, que hoy se puede leer frente a la Calahorra, al otro lado del puente romano, a la esencia más preciada de la Canción del jinete lorquiana, con tanto peso en el ánimo de la ciudad, como naturaleza y conciencia crítica: “Córdoba. Lejana y sola”, o su romance San Rafael: “Blanda Córdoba de juncos. Córdoba de arquitectura”. La presencia del río Guadalquivir, quizá como distancia que recorta una arquitectura del silencio, que es también conciencia de juncos amparados por las sombras, por una ausencia súbita.
Sin embargo, aunque la presencia de Córdoba en la poesía tiene sangre ocre de crepúsculo, de esa vista del río con la Mezquita recortada como un palacio extraño del invierno, es el amanecer lo que nos trae su expresión más vivaz, y más recóndita, y más desconocida por la geografía oficial. Lo supo ver, en Elegías de Sandua, Ricardo Molina: “Amanece en las calles. Córdoba se despierta. / Ya es de día. Te amo”, que es también pulsión del cromatismo en los famosos patios cordobeses. De nuevo Molina: “El patio oye el suspiro de otros días en sus arcos”. Se hace más amable comprender la sentimentalidad de una ciudad que es capaz de cuidar hasta el detalle esa plasticidad de las macetas, su predisposición al aire, su ocultamiento cíclico, sólo para esperar un mes del año en que todas las puertas se abrirán y todos los portales serán un paso lúdico, una aproximación a un ruido de agua.
Córdoba se oculta todo el año para aparecer durante un mes. Pero ocurre con mayo como con los lugares más reconocibles de la ciudad: que suelen ser las plazas menos transitadas, como los meses menos concurridos, un descubrimiento inesperado y una plenitud. Así, una vez visitadas las rutas conocidas, podemos dejar atrás la Judería más ribereña y subir desde la Filmoteca de Andalucía, dirigida hoy por el poeta Pablo García Casado, pasando por la Facultad de Filosofía y Letras y subiendo después hasta la Plaza de la Trinidad, donde de nuevo Góngora saluda con una pulcritud de estatua viva. Luego, dejando a un lado Las Tendillas, podemos encontrar la Plaza de la Compañía, donde una vez brilló una librería que fue lugar de encuentro de todos los escritores cordobeses actuales, y también foráneos: se trata, o se trataba, de Anaquel, la vieja librería de Paco Liso, heredera consciente de una tradición cada vez más difícil, junto a la cerveza del Mestizo.
Llegar hasta la Plaza de San Miguel y entrar en la Taberna El Pisto es una conciencia literaria: especialmente, si doblando una esquina que nos llevaría hasta la Taberna Góngora nos encontramos con Pablo García Baena, con toda una expresión romanizada, de senador emérito, camino ya de cierta beatitud. Es en la poesía de García Baena donde nos es más fácil vislumbrar una Córdoba oculta a la visible: sólo hace falta leer su poema El río de Córdoba. Bajar la calle Claudio Marcelo, con esa columnata romana alzada sobre el cielo insostenible, es atisbar también la Córdoba secreta, con un bar que podría haber sido escenario de El invierno en Lisboa, de Muñoz Molina: el Jazz Café, y una taberna como Salinas, en la que una vez estuvo García Lorca poco después de pasar por Las Beatillas, en la Plaza de San Agustín. Es en San Agustín, como en San Lorenzo o San Andrés, como en Las Ollerías, cuando la ruta literaria se convierte en verdad poética.
domingo, 26 de junio de 2011
Poema del domingo
A mis queridos Luis Artigue y Elena,
tras una medianoche leonesa prodigiosa en París
tras una medianoche leonesa prodigiosa en París
ELEGÍA
¡Pobre hijo de puta!
(Dorothy Parker, frente a la tumba de FSF)
(Dorothy Parker, frente a la tumba de FSF)
Ha muerto Scott tomando una pinta.
(Ya casi había dejado de beber.
Decía que no tomaba ni cerveza
y que sólo creía en el trabajo,
en los castigos por no realizarlo).
Gabardina, manos anchas,
los guiones al costado,
un temblor de nieve en las muñecas.
El viento gélido de Princeton
rumiando en Sunset Boulevard,
buscándole un espacio menos frío.
Ha muerto Scott. Había cogido peso.
La barra en la que nunca le esperabas,
la historia de un magnate asesinado.
Avenida Norte, 1443 Hayworth,
Hollywood, California, 1940,
cuando Sheila lució la tez de Zelda.
No pudo morir el día de San Patricio,
no acabó la novela
del viejo productor blanco y en pie,
apuestas y algún fraude,
todo imaginado en el invierno de Princeton.
Espero que la pinta fuera buena.
Perteneciente a El precio de una cena en Chez Mourice (Algaida, 2007)
sábado, 25 de junio de 2011
Crisis de la enseñanza

Sin embargo, si atendemos a las condiciones en que se enseña hoy, encontramos riesgos de serios desajustes en la serie trenzada de pactos consensuados que han hecho posible la enseñanza, a saber: entre el maestro y el Estado, a través de los planes de educación; entre el maestro y los padres, en virtud de una fe de confianza recíproca orientada al crecimiento del alumno; entre el maestro, claro está, y ese mismo alumno, en una relación de respeto recíproco, pero también de la imprescindible sumisión intelectual hacia la figura que detenta un saber ancestral; y, por supuesto, entre el maestro y el resto de la comunidad educativa, empezando por los inspectores y acabando también consigo mismo, porque la fe más férrea también puede caer.
Todos estos pactos, todos estos contratos tácitamente admitidos durante generaciones, hoy están en serio peligro de extinción, si no se han extinguido ya, porque la crisis singular de la enseñanza dentro de la crisis, de manera indirecta, se ha achacado al maestro, como se suele hacer, y el maestro está más sólo que nunca ante el peligro. A veces tengo la impresión de que lo único que necesitan los maestros es que les dejen, sencillamente, trabajar. Es una profesión tan vocacional como la propia escritura, y la pasión que surge de mirar el mundo apenas reflejado en la pizarra sólo puede explicarse en una clase, asistiendo a la vida y la fascinación en los ojos de un niño.
Pero claro, si desde los distintos ejecutivos cada uno hace una nueva ley educativa, nos cargamos el criterio de continuidad en la progresión de la enseñanza; si los padres piensan en la escuela más como una residencia que puede mantener ocupada la vida de sus hijos no sólo durante las horas lectivas, sino todas las horas si de ellos dependiera, y además los alumnos no han sido educados, desde casa, en el respeto hacia la persona adulta y, en concreto, hacia la veneración por el misterio de cualquier aprendizaje, y los padres les dejan pasar las horas muertas viendo cualquiera de los programas cochambrosos, luego cómo va a llegar cualquier pobre maestro a explicarles el mundo, con su verdad menuda y transparente.
viernes, 24 de junio de 2011
Noche de San Juan
martes, 21 de junio de 2011
El niño del Titanic

El Titanic como una tumba de fantasmas con las sombras marinas, igual que un arrecife metálico y dormido en una placidez de algas azules. No sabemos la causa, pero 99 años después el Titanic nos sigue fascinando: cada año aparece una nueva noticia relacionada con el transatlántico, con su dolor de mimbre en las cubiertas más desguarnecidas, las que no tenían botes suficientes, y también el aroma de las últimas piezas tocadas mansamente por una orquesta heroica.
Ahora, la última instantánea de un niño sin nombre ha hallado, por fin, un final cerrado: después de casi cien años de misterio, se ha logrado averiguar la identidad del cadáver de un bebé encontrado cinco días después del naufragio, en las aguas heladas del Atlántico norte. Tenía sólo 19 meses, y desde hace demasiado tiempo varios investigadores han estado tratando de recomponer el puzzle, de fijar esa foto sobre un nombre. Han sido muchas las pruebas de ADN, que al final han llevado a su identificación: se trata de Sidney Leslie Goodwin, el más pequeño de una familia numerosa de Melksham, Inglaterra. Viajaban a Nueva York, para pasar allí unas vacaciones y después visitar las Cataratas del Niágara. Es así como se aparece la vida en los enigmas, y también en los temas literarios: con su pequeña y a la vez pesada carga de realidad a cuestas, con esa concreción. Hasta que se ha adivinado su auténtica procedencia, se le habían atribuido varias; de hecho, hace cincuenta años se decidió enterrarlo en el cementerio de Fairview, Halifax, en Nueva Escocia, junto a los restos de otras 120 víctimas del hundimiento.
La lápida decía: “Erigido a la memoria de un niño desconocido, cuyos restos fueron recuperados después del desastre del Titanic”. Ahora seguirá con la misma incripción, a pesar de conocerse la verdadera identidad del niño, en memoria de los casi 50 que murieron en el naufragio, ensoñados de hielo.
Todo en el Titanic es literatura convertida en verdad: fue Carol Goodwin, de 77 años, quien, al enterarse de las investigaciones sobre la identidad del bebé, declaró ser nieta de la hermana de Frederick Joseph Goodwin, un viajero del Titanic que murió en el hundimiento con su mujer y sus seis hijos: el más pequeño, de solo 19 meses. Tras un complicado sistema de pruebas y análisis se confirmó, 99 años después, que el bebé era Sidney Leslie Goodwin.
Misterio y redención, la codicia del hombre con su fosa marina. Antes que Titanic, de James Cameron, recuerdo la maravillosa La última noche del Titanic, y también la novela El fantasma del Titanic, de Arthur C. Clark, que acababa con un planeta Tierra devastado y desértico al que llegaba, dentro de miles de años, un extraterreste fascinado por una gran estructura metálica, alargada y partida, en el fondo de un valle de arena.
domingo, 19 de junio de 2011
Poema del domingo
ENTIERRO
Sacúdete los muertos de tu vida.
Enterraste un buen día a tu gran muerto.
Brindasteis antes con las copas de oro
por las antiguas fotos de aquel aroma azul.
Después dijiste adiós,
eres sin duda.
Descubres sin quererlo ese perfume.
Su cabello de espuma
vuelve ciega a la noche y la despide.
Las cascadas de miel de abejas reinas
confluyen en la cima de tu vientre:
son los muertos reptantes que te acechan,
que puedes encontrarte en cada esquina.
Sus ojos son los ojos de otras noches,
te miran como al hombre al que vencieron,
querrán de nuevo recobrar tu llama,
de nuevo ese collar tan delicado.
Los muertos no se esconden tras el sol.
Te siguen como un viento en las aceras,
aparecen y rondan tu camino
de bronce como un tren que se adormece.
Sólo quieres jugar con el paisaje
como pechos desnudos que se escapan.
Por eso, amigo mío, no sucumbas.
Sacúdete los muertos de tu vida
y viaja hasta las tierras perdidas del gran río.
El vino sellará mejor cauce.
Acabas de nacer, sé bienvenido.
Perteneciente a Delta (Visor, 2004)
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