Bolaño alguna vez estuvo en Córdoba. Siempre fue un viajero, fue desde el principio un detective salvaje. Ya su primera infancia estuvo atravesada por el nomadismo: Los Ángeles, Valparaíso, Quilpué, Viña del Mar y Cauquenes. Después, a los trece años, su familia se fue a México. Sin embargo, en 1973 volvió a Chile, luego de un viaje en autobús y en barco en el que atravesó toda America Latina, un viaje en el fondo no demasiado distinto del que protagonizara el joven Ernesto Guevara de la Serna, estudiante de Medicina, junto a su amigo Alberto Granado, y que diera lugar a un hermoso libro, Viaje por Sudamérica, y a una película no menos entusiasta, contenida y vital: Diarios de motocicleta. Roberto Bolaño también cogió la carretera, pero esta vez rumbo a Chile, de regreso a su patria -él, que no tenía patrias, o que era de verdad ciudadano del mundo, quizá más que Rick Blaine-: quería ser testigo, pero también actor, de su nuevo país modernizado por las reformas de Salvador Allende. El resto es Historia, y también la historia menuda de Bolaño: tras el golpe de estado del 11 de septiembre se unió a grupos de revolucionarios trotskistas y fue detenido llegando a Concepción, donde sería liberado tras ocho días de prisión por la ayuda de un amigo aparecido misteriosamente, un viejo compañero de estudios en Cauquenes que era, y aquí es donde la literatura se engarza con la vida, uno de los policías que le vigilaban.
Luego, años después, Bolaño llegó a España, concretamente a Barcelona, con una novela bajo el brazo titulada Los detectives salvajes. El resto también es historia, pero esta vez Historia literaria. Se ha escrito tanto de esta novela, que tratar de decir algo nuevo sobre ella puede resultarnos redundante. Quizá, como confesó en su día Vila-Matas, que se trata de una novela que a uno -al propio Vila-Matas- le hace replantearse la manera de concebir el hecho de ser escritor. También que es un estímulo para seguir intentándolo. Los detectives salvajes, en suma, no tiene las hechuras de una simple novela: es más un libro sagrado, tiene la dimensión de verdad revelada sobre el mundo, de una nueva manera de narrar sólo equiparable con Rayuela, y decir esto tampoco es muy original. La novela transcurre en México, Nicaragua, Estados Unidos, Francia, España, Austria, Israel, África, y lo alucinante es que en todos los escenarios Bolaño muestra un conocimiento del terreno nunca atribuible al turista minucioso, ni siquiera al viajero literario, sino sólo al ciudadano autóctono, que se ha criado allí y ha vivido allí desde su nacimiento. ¿Cuántas vidas tuvo, en realidad, Roberto Bolaño?
Su personaje Xosé Lendoiro dice, tras su viaje por Andalucía: "Qué bonita es Granada, que graciosa es Sevilla, Córdoba qué severa". Córdoba definida en una sola palabra… Ni Baroja.
Magnífico articulo, maestro
ResponderEliminarBolaño, que no tuvo más que su literatura, tejida en sí mismo con la madeja de la palabra:
ResponderEliminar“...los límites
son relativos: gráfilas
de una realidad acuñada
en el vacío.
El horror de Pascal
mismamente.
Ese horror geométrico
y oscuro
y frío…”
de: “Los neochilenos”
Un saludo a todos.
Enhorabuena a Rodolfo a quien prometo seguir (y no enrollarme).
Bolaño seguirá engañándonos muchos años y riéndose de nosotros a dos metros bajo tierra. Eso sí, yo casi lloré cuando supe que estaba muerto. Saludos,
ResponderEliminarJose