Caída de imperios no es un libro, sino un atisbo de libro, un principio de libro que apenas nos sumerge en la visión de lo que pudo haber sido. Pero ese pudo haber sido no deja de ser esplendoroso, quizá como poema epistolar dividido en secciones y en tiempos coronando una amalgama de un clasicismo contemporáneo insólito. Se escribió –lo comenta el autor en el prólogo- “entre finales de agosto y principios de septiembre de 2003, en días vacacionales”.
Eran aquellos días no muy distintos de estos, con ese mismo imperio ladeando la espalda de un millón de provincias crispadas por el látigo de la seguridad. Pero había diferencias, y el contexto de época da una clave semántica: “He visto hoy en la televisión al Emperador. ¡Por Hércules, qué tosco es! Diría que más zafio que un melonero del páramo y más chulo que una recua de mulas ebrias. (…) Pero, ah Teodoro, por mi desgracia al pasar junto al palacio, también he visto hoy –y oído- a nuestro eximio aunque bajito gobernador. Tronaba, enfurecido, con cuantos no aman a Roma, que era como decir con cuantos no le aman a él (…)”.
Si pensamos que este poema de Luis Antonio de Villena, esta prosa poética anterior a La prosa del mundo, está escrita en 2003, y recordamos al entonces “emperador” de occidente y a su “gobernador” por aquí, el paralelismo resulta de gran exactitud.
“He creído, hace bastante tiempo, que vivimos un mundo malo, el fin de una profunda crisis, un cambio de época, que no llegará sin sus correspondientes turbulencias. Por ello –y por mi amor al paganismo y al mundo clásico- estos textos poemáticos, ensamblan conscientemente la actualidad (que no ha hecho sino reforzar mis presupuestos) y las imágenes finales del Imperio Romano”.
Es Caída de imperios: el libro que pudo haber sido –apenas consta de diez poemas en prosa, eso sí, magníficos, de una gran factura plástica y sonora, como epístolas crepusculares en un rescoldo fino de belleza- a modo de canto elegíaco por un mundo de libertad perdida, pero también cargado con esa indignación tan de ahora que Villena firmaba en 2003.
Mixtura de tiempos, de pericia en el riesgo del último placer. Es el mundo de hoy tal como murió ayer, con un lejano Homero contemplando un Egeo privatizado.
Eran aquellos días no muy distintos de estos, con ese mismo imperio ladeando la espalda de un millón de provincias crispadas por el látigo de la seguridad. Pero había diferencias, y el contexto de época da una clave semántica: “He visto hoy en la televisión al Emperador. ¡Por Hércules, qué tosco es! Diría que más zafio que un melonero del páramo y más chulo que una recua de mulas ebrias. (…) Pero, ah Teodoro, por mi desgracia al pasar junto al palacio, también he visto hoy –y oído- a nuestro eximio aunque bajito gobernador. Tronaba, enfurecido, con cuantos no aman a Roma, que era como decir con cuantos no le aman a él (…)”.
Si pensamos que este poema de Luis Antonio de Villena, esta prosa poética anterior a La prosa del mundo, está escrita en 2003, y recordamos al entonces “emperador” de occidente y a su “gobernador” por aquí, el paralelismo resulta de gran exactitud.
“He creído, hace bastante tiempo, que vivimos un mundo malo, el fin de una profunda crisis, un cambio de época, que no llegará sin sus correspondientes turbulencias. Por ello –y por mi amor al paganismo y al mundo clásico- estos textos poemáticos, ensamblan conscientemente la actualidad (que no ha hecho sino reforzar mis presupuestos) y las imágenes finales del Imperio Romano”.
Es Caída de imperios: el libro que pudo haber sido –apenas consta de diez poemas en prosa, eso sí, magníficos, de una gran factura plástica y sonora, como epístolas crepusculares en un rescoldo fino de belleza- a modo de canto elegíaco por un mundo de libertad perdida, pero también cargado con esa indignación tan de ahora que Villena firmaba en 2003.
Mixtura de tiempos, de pericia en el riesgo del último placer. Es el mundo de hoy tal como murió ayer, con un lejano Homero contemplando un Egeo privatizado.
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