El sonido es el mismo y no es el mismo. Es la voz profunda y desgarrada, ese punto roto de guitarra y mandola, el violín y la viola, el violonchelo, si María entre la gente se fue junto a su ventana, asomada a la torre más alta del Rastro para mirar partir los barcos que se alejan puerto arriba. Escuchar hoy a Patxi Andión no es un ejercicio de melancolía, ni tampoco la turbia ensoñación de recordar canciones anteriores o el recuerdo de un tiempo pasado con más altura y rigor: porque, de alguna forma, este cantautor sólido, que ha sabido siempre poner la voz alzada a la minucia apenas perceptible de lo más absoluto cotidiano, vive una tercera juventud.
Esta noche, Patxi Andión toca en la sala Galileo Galilei, en Madrid. Los amigos del viernes vamos para allá a escuchar Porvenir, su disco nuevo: Porvenir. Guía para Oír (o, en su lugar, Escuchar). Rodolfo Serrano ya le ha dedicado su entrada de hoy en la Calle Tabernillas, yo escucho el disco mientras escribo esto de ahora y por ello imaginar que el espejo es alta mar, y entablar conversación de taberna, son cosas que nos gustan hacer y escuchar. Viaje interior en el que nada viene a ser verdad, con un grito interior: que en tiempos, quizá no tan lejanos, todos fuimos africanos.
La música de Patxi, sus canciones, sus letras, son para escuchar y hacer, para hacer y decir, también para brindarlas. Nacido el diez de abril, La luz debida, Viajar o Es tan difícil dejar de pensar, son canciones tiernas, literarias, de vigor solidario, que nos llevan también hacia otros vuelos, que podrán ayudarnos cuando estemos más lejos, para así recordar que un día andamos por aquí, brindando en La Paloma mientras Jose hablaba por teléfono, soñando con el eco de los pasos.
Los hay incombustibles, Patxi Andión es un ejemplo
ResponderEliminarUn abrazo Siroco!
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