lunes, 28 de febrero de 2011

Amparo Muñoz contempla su retrato en familia


Hace algunos años, gracias a un sortilegio de mi amigo el periodista Miguel Fernández, participé en el homenaje del Festival del Cine de Archidona a Amparo Muñoz. Era -para mí sigue siendo- una de las mujeres más arrebatadoramente simpáticas, con encanto magnético, que he conocido nunca. Todo el mundo habla de lo preciosa que era, y es verdad: pero qué corazón más hermoso y más tierno. Le escribí este poema y lo recité en una sala de cine llena a rebosar de gente que la quería y que la quiere. Salté de un tren en marcha por acabar de escribirlo. Estoy seguro de que Amparo, donde quiera que esté, sonreirá al acordarse. Un beso guapa.


UNA ACTRIZ CONTEMPLA SU RETRATO EN FAMILIA

Había estado escondida más allá de su rostro.
Se había desvanecido al cerrarse un abrigo
sobre su desnudez, la baldosa polar
que fue también cien años de una mansión vacía.
Muy pocos se olvidaron de su nombre,
y así estuvo presente en la cordialidad
de una cara bonita con su azafrán de boca.
No quiso ser su historia, pero al final lo fue,
y fue la niña guapa de la Costa del Sol:
una iluminación hacia el futuro
que había de refundir el metal de los sueños.
Fueron ésos sus años de esplendor:
se elevó sobre el mundo, fue una diosa en Manila,
reconoció la sábana de raso
deslizada en su piel como el girasol tierno
para después volver su sonrisa a los focos.
Así recuperó su retrato en familia,
pero era ya otra voz resquebrajada,
porque eran ya unos ojos que habitaron
el eco de un abismo, los que resplandecieron.
No hay más perfección bajo unos rasgos
que una aceptación del pasado presente,
de las pupilas limpias y enjoyadas
con una pulcritud de brillo suave.
Habría que recordarla en la cocina,
anidando el misterio, viviendo una ficción
de un hombre que se queda sin familia
y decide alquilarla. Qué representación
del sueño de cualquier hombre cansado
del desayuno opaco en la casa vacía.
Ella fue a llenar el desayuno, el almuerzo y la cena,
ella fue a llevar a aquel jardín
una ficción de brasa y redentora
con una comprensión de cualquier soledad.
La casa era ella misma, te gustaba mirarla:
porque era el comedor dulcificado
por un calor solar, por su marea creciente
bajo una placidez que encarnaba el perdón.
Había que sumergirse, bucear en los párpados
que no podían guardar una espina secreta:
la vida siempre ha sido
una mala escritora de guiones,
le dice Humphrey Bogart a Ava Gardner
en La condesa descalza.
Ella no fue condesa, pero sí caminó
descalza por la lumbre de la vida
hasta curtir las plantas de sus pies
con una geografía de cortes invisibles.
En ese itinerario dibujando el alambre
habría de macerar la mejor biografía:
la de una reconquista, la de una resistencia,
poder reconocerse otra vez en sí misma.
Nada puede acabar con la belleza
si es una plenitud del corazón.

Perteneciente a Las Ollerías (Visor, 2011)

6 comentarios:

  1. "Aunque nada pueda hacer volver la hora
    del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores,
    no debemos afligirnos, pues encontraremos
    fuerza en el recuerdo..."

    “Intimations and inmortality”, de William Wordworsth.


    "Nada puede acabar con la belleza
    si es una plenitud del corazón".

    "Las Ollerías", de Joaquín Pérez Azaústre.


    Tu impresionante poema se lee hoy con una gran emoción.Amparo para el desamparo.

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  2. Una gran pérdida sin lugar a dudas. Precioso poema amigo mío. Mi columna de mañana en "El Diario de Almería" está dedicada a ella. Un abrazo.

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  3. Un homenaje precioso, Joaquín. Y qué gran noticia que se lo pudieras leer en vida (los homenajes póstumos siempre me han dado mucha rabia).
    Grandes abrazos!

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  4. Miguel, Manuel, Víctor, gracias por vuestra lectura. Fue un acto muy emotivo, una fiesta sencilla y especial. Un abrazo a los tres!

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  5. Precioso poema... No sabes las ganas que tengo de leer este libro, y luego releerlo en voz alta aquí en León en la liberría de Paco... Abrazos.

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