La primera película no fue El cantor de jazz, con Al Johnson pintado de betún para impostar al negro que no era. Lo hemos gracias a una cinta encontrada en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. Así, pasamos de Al Johnson a Conquita Piquer –entonces ni siquiera era Conchita, porque era apenas una adolescente- en 1923: esto es, cuatro años antes de que se estrenara en cines El cantor de jazz, que ha sido la primera película sonora desde 1927.
Lo ha descubierto el documental de Jorge M. Reverte Conchita Piquer. El guión es de Agustín Tena, que fue quien encontró la película en Washington. “No sólo es la primera película sonora en español, sino que es cuatro años anterior a la que se considera oficialmente la primera”, asegura Agustín Tena, que tiene nombre de personaje de novela y de investigador, y ha vuelto a demostrarnos, una vez más, que la vida siempre es mucho más increíble que el propio cine o la literatura; porque si a algún novelista se le hubiera ocurrido inventar esta historia, podría haber sido hermosa –o no-, en virtud de cuestiones de sabiduría narrativa, pero a fin de cuentas es la fantasía la que tiembla siempre en la ficción, mientras que en la vida, la mejor escritora de guiones, lo inverosímil suele ser creíble.
La cinta dura once minutos. Fue rodada por Lee DeForest y está formada por recitados, una jota aragonesa, un cuplé andaluz y un fado. La película se estrenó en el cine Rivoli de Nueva York en 1923. A Al Johnson le pintaron la cara de betún cuatro años después, porque un verdadero cantante de jazz negro entonces no podía protagonizar una película, y mucho menos la primera sonora de la Historia. Conchita Piquer, cuando todavía no era ni siquiera Conchita, se asomó a la pantalla en Nueva York con unas castañuelas y su baile, que ya era el canto suave del misterio en sus ojos.
La película estaba en la Biblioteca del Congreso, en Washington. Ahora no podemos imaginarnos lo que fue Concha Piquer, y las vueltas que ha dado su baúl hasta llegar a ser un lugar común de nuestro lenguaje cotidiano. Se ve muy bien en Canciones para después de una guerra, esa gran película de Basilio Martín Patino rodada en 1971, prohibida por la censura franquista muchos años, compuesta con imágenes documentales reales de la posguerra española, con el fondo sonoro de esas coplas que ayudaron entonces a endulzar una existencia demasiado amarga: “Ojos verdes, verdes como la albahaca. Verdes como el trigo. Verdes”. Ahora que todos viajamos tanto, y con facilidad, nadie hay todavía que dé más vueltas por el mundo que el baúl de la Piquer.
Lo ha descubierto el documental de Jorge M. Reverte Conchita Piquer. El guión es de Agustín Tena, que fue quien encontró la película en Washington. “No sólo es la primera película sonora en español, sino que es cuatro años anterior a la que se considera oficialmente la primera”, asegura Agustín Tena, que tiene nombre de personaje de novela y de investigador, y ha vuelto a demostrarnos, una vez más, que la vida siempre es mucho más increíble que el propio cine o la literatura; porque si a algún novelista se le hubiera ocurrido inventar esta historia, podría haber sido hermosa –o no-, en virtud de cuestiones de sabiduría narrativa, pero a fin de cuentas es la fantasía la que tiembla siempre en la ficción, mientras que en la vida, la mejor escritora de guiones, lo inverosímil suele ser creíble.
La cinta dura once minutos. Fue rodada por Lee DeForest y está formada por recitados, una jota aragonesa, un cuplé andaluz y un fado. La película se estrenó en el cine Rivoli de Nueva York en 1923. A Al Johnson le pintaron la cara de betún cuatro años después, porque un verdadero cantante de jazz negro entonces no podía protagonizar una película, y mucho menos la primera sonora de la Historia. Conchita Piquer, cuando todavía no era ni siquiera Conchita, se asomó a la pantalla en Nueva York con unas castañuelas y su baile, que ya era el canto suave del misterio en sus ojos.
La película estaba en la Biblioteca del Congreso, en Washington. Ahora no podemos imaginarnos lo que fue Concha Piquer, y las vueltas que ha dado su baúl hasta llegar a ser un lugar común de nuestro lenguaje cotidiano. Se ve muy bien en Canciones para después de una guerra, esa gran película de Basilio Martín Patino rodada en 1971, prohibida por la censura franquista muchos años, compuesta con imágenes documentales reales de la posguerra española, con el fondo sonoro de esas coplas que ayudaron entonces a endulzar una existencia demasiado amarga: “Ojos verdes, verdes como la albahaca. Verdes como el trigo. Verdes”. Ahora que todos viajamos tanto, y con facilidad, nadie hay todavía que dé más vueltas por el mundo que el baúl de la Piquer.
Al nombrar a Cocha Piquer, lo primero que se me viene a la cabeza es la imagen hermosa y dulce de mi abuela bailando en medio de su cocina de fogones a la vez que cantaba "La Parrala"...
ResponderEliminarQue gran momento, que gran entrada...Me ha gustado mucho.
Un besote enorme.Cuídate y felíz semana
Ese baúl viajero por antonomasia, contiene otra joya reivindicativa de la cultura popular, paradigma de la educación sentimental de toda una generación (referencia ineludible a Manuel Vázquez Montalbán), que fue "Tatuaje". Federico García Lorca murió mucho antes de que doña Concha obtuviera su máximo reconocimiento y fama mundiales, pero algo intuiría cuando la definió como "un poema afiebrando el frío cuerpo del aire".
ResponderEliminarUn abrazo, mon ami
Clarita y Miguel, un abrazo coplero!
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