miércoles, 9 de febrero de 2011

Julio Ramón Ribeyro, no sólo para fumadores


Cualquier literatura es humo de mañana, es la disipación de una voluntad. Ahora que la ley antitabaco se vuelve más tajante, más intransigente con la calada escondida, es un buen momento para recordar uno de los mejores cuentos tabaqueros que se han escrito nunca. Me refiero a Sólo para fumadores, de Julio Ramón Ribeyro. Cualquier literatura es humo de mañana, pero los cuentos de Ribeyro son un humo denso, respirable y pacífico, de honduras muy diversas y volutas ingrávidas de pesos variopintos sucesivos, donde todos los planos se incardinan en una multiplicidad de texturas suavísimas, de bocanadas fúlgidas, corpóreas, que son un territorio literario.

La mejor noticia de la ley antitabaco, más totalitaria que efectiva, es que Seix Barral ha publicado los cuentos completos de Ribeyro en un tomo-tomazo, La palabra del mudo. ¿La palabra del mudo? Muy pocos han logrado una economía similar del lenguaje, administrar así cada palabra como un cartucho acústico que únicamente la pronunciará una vez; pero además, mudos son también sus protagonistas marginados, esos desheredados propietarios de sueños a los que Ribeyro restituye su derecho verbal.

Los partidarios de la exquisitez quizá se inclinen por Silvio en el rosedal, pero a mí me gusta más Sólo para fumadores. El protagonista va fumando su biografía a partir de la anécdota del tabaco que puede adquirir en cada momento. Va cambiando de ciudad, de continente o país, va cruzando océanos de vida y extensión, y en cada momento le preocupa la manera de encontrar el dinero suficiente para comprar tabaco: y eso, en cada ciudad, continente o país, significa marcas de tabaco diversas, sabores y pegadas de humo líquido, trabajos y manejos de lo más intrincados, vivos de nicotina, y una disposición geográfica del mundo a través del tabaco.

Es éste un cuento viajero publicado en 1987 que a los lectores de Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, resultará vagamente familiar. A partir del detalle, de la cajetilla codiciada y su placer, el protagonista va contando una ruta iniciática con la normalidad de quien enciende el primer cigarrillo de la tarde detrás de su café, en la cordialidad de la conversación.

Algo hay de cordial en Julio Ramón Ribeyro: la sorpresa, el matiz, y una maestría tímida y coqueta en la conquista de lo cotidiano. Lo pequeño se vuelve universal en Ribeyro. Ahora los fríos nos vuelven interiores, nada mejor que este millar de páginas de buena literatura, admirada por Vargas Llosa y Vila-Matas y reflejo de un mundo que ya no es nuestro mundo, en el que se viajaba más ligeramente, pero que queda extrañamente cerca en la memoria de humo.

2 comentarios:

  1. ¿Quien es capaz de resistirse a adentrarse en la lectura de este cuento con tal invitación?
    Yo, por supuesto que no. Aunque he de confesar que ya lo había leído, siempre es buen momento para repetir, acompañando a este protagonista que llegó a convertir en humo sus libros más preciados...

    Por cierto, te han quedado muy bien las reformas de tu ronconcito!
    "Rostros" me está encantando!
    Un besote enorme, a cuidarse y disfrutar de la semana!

    ResponderEliminar
  2. ¡Muchas gracias Clarita! Sabía que "Rostros" iba a gustarte. Los poemas se sostienen por sí mismos, pero sí conoces además esos "rostros" de los actores y actrices, sus vidas, sus vidas como películas, los retratos ganan perspectiva y densidad. Es de los libros que recomiendo en la columna de la derecha. Buena semana a ti también!

    ResponderEliminar