La memoria es la luz indirecta del cerco, el límite al acecho del instante futuro. Dijo alguna vez Jaime Gil de Biedma que los temas de su obra eran “el paso del tiempo y yo”, lo cuál es decir mucho y también es decir nada: porque el paso del tiempo y uno mismo es la síntesis de cualquier escritura, por encima de propuestas estéticas variadas. Antonio Machado, un poeta al que Biedma se sentía muy afín, podría haber afirmado exactamente lo mismo; pero también Juan Ramón Jiménez, no tan afín a Jaime Gil de Biedma, simplificando al máximo toda su escritura, incluyendo la prosa y su última etapa, podría también decirlo: porque incluso la poesía del lenguaje acaba siendo el reino de uno mismo, como tanto sufrió y gozó Emily Dickinson, una gran poeta con su ensimismamiento no del todo simpático. Uno, cuando escribe, ¿por qué escribe?
Escribo como recuerdo, escribo para acordarme de mí mismo. Ya sabemos que el paso del tiempo es una constante, y también la propia vivencia personal. Sabemos que la patria del lenguaje puede reclamarse como fin en sí mismo –esto es: Góngora, pero también Mallarmé y una larga tradición- o como medio para un fin –poesía social, cierto 50 y el mejor Blas de Otero-, y que el habla coloquial puede llegar a ser una retórica mucho más ambiciosa que la construcción de un mundo visual. Sabemos que se puede entablar un diálogo con la propia poesía –metaposía, metaliteratura al fin: cierta tradición del 27 emparentada con la generación del 70 en España, los novísimos-, y con el resto de equipaje cultural, en un cuestionamiento de los símbolos que acaba siendo, también, una indagación de la identidad propia y su proyección social, y que la indagación histórica, geológica, vital, emocional, cambiante, es siempre motivo del poema.
El poema como planteamiento de asuntos, como interrogador de lo real: ¿dónde acaba y empieza lo real? ¿Se pueden poner lindes al realismo? ¿Un poema es más realista por ser más un notario del aquí y del ahora, que por tratar de trascender la realidad buscando alteridades más diversas? La poesía surge de la tensión entre planos, lo reconocible y lo insondable, en varias poéticas, y el debate sobre la realidad, que ha nutrido la teoría poética y novelística en los últimos dos siglos, por ahora será cíclico.
Sin embargo, hoy la realidad es todo. ¿La realidad es memoria? Por supuesto que sí. Y hay que ajustarla. Uno debe poner en orden sus fotos familiares, también limpiar el polvo de las tapas y repasar los rostros más antiguos, que también fueron jóvenes un día y vivieron sus horas en aquella avenida con el vértigo alzado de una nueva vida por hacer. Un libro no puede contestar todas las respuestas, pero al menos sí las suficientes para seguir viviendo.
Escribo como recuerdo, escribo para acordarme de mí mismo. Ya sabemos que el paso del tiempo es una constante, y también la propia vivencia personal. Sabemos que la patria del lenguaje puede reclamarse como fin en sí mismo –esto es: Góngora, pero también Mallarmé y una larga tradición- o como medio para un fin –poesía social, cierto 50 y el mejor Blas de Otero-, y que el habla coloquial puede llegar a ser una retórica mucho más ambiciosa que la construcción de un mundo visual. Sabemos que se puede entablar un diálogo con la propia poesía –metaposía, metaliteratura al fin: cierta tradición del 27 emparentada con la generación del 70 en España, los novísimos-, y con el resto de equipaje cultural, en un cuestionamiento de los símbolos que acaba siendo, también, una indagación de la identidad propia y su proyección social, y que la indagación histórica, geológica, vital, emocional, cambiante, es siempre motivo del poema.
El poema como planteamiento de asuntos, como interrogador de lo real: ¿dónde acaba y empieza lo real? ¿Se pueden poner lindes al realismo? ¿Un poema es más realista por ser más un notario del aquí y del ahora, que por tratar de trascender la realidad buscando alteridades más diversas? La poesía surge de la tensión entre planos, lo reconocible y lo insondable, en varias poéticas, y el debate sobre la realidad, que ha nutrido la teoría poética y novelística en los últimos dos siglos, por ahora será cíclico.
Sin embargo, hoy la realidad es todo. ¿La realidad es memoria? Por supuesto que sí. Y hay que ajustarla. Uno debe poner en orden sus fotos familiares, también limpiar el polvo de las tapas y repasar los rostros más antiguos, que también fueron jóvenes un día y vivieron sus horas en aquella avenida con el vértigo alzado de una nueva vida por hacer. Un libro no puede contestar todas las respuestas, pero al menos sí las suficientes para seguir viviendo.
Qué gusto, colega. Despertarse uno con un texto así. Porque la realidad es memoria, claro que sí (y también la fantasía). Y no es más real lo vivido que ciertos fantasmas vividos y por vivir ;) La otra tensión: la del pasado con el futuro con el presente, porque el paso del tiempo existe, pero el Tiempo no. Por eso el poema 'existe', en ocasiones más que nosotros mismos
ResponderEliminarSalud, crak
Mu güeno
ResponderEliminarExcelente entrada. Hoy, por cierto, ha hecho un día excelente de primavera en Córdoba. María José, Laura y yo os enviamos un abrazo con parte de este sol hacia Bruselas.
ResponderEliminarCreo encontrar algunas claves de esta indagación poética para leer tu libro en el poema La Misión:
ResponderEliminar"(...)
quizá ser un licántropo del tiempo
consista únicamente en recoger
todos los fragmentos de la foto,
para poder guardarla en el armario
de las horas futuras."
Tu vida si es proclive a la escritura, amigo.
Un abrazo.
Miguel, Luis, qué alegría teneros de vuelta por aquí. José Luis, María José y Laura, Bruselas brilla mucho más con vosotros por aquí, aunque sea en espíritu, brindando con Miguel Ángel en el Café Kafka, con Artigue deambulando por Montmartre. Miguel, qué hermosa interpretación.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo a todos!
¡Que gustazo leerte!Me ha encantado!
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