Copiar o no copiar, éste es el tema. Antes parecía estar clarísimo, con los límites de la propiedad intelectual como baremo para poder distinguir entre un homenaje o una cita y una apropiación indebida. En los últimos años, ha habido mucho de apropiación indebida disfrazada de homenaje literario o de cita. Al ser bienes intangibles, la cosa quizá parezca menos clara, pero con una analogía de bienes corporales no lo es tanto: la diferencia entre citar y plagiar podría ser la misma que entre coger algo prestado y llevárselo. Todo el mundo puede colegir que no es lo mismo; sin embargo, como sucede siempre con la propiedad intelectual, los matices hacen que los límites sean, sólo aparentemente, más difusos.
Al citar a alguien, de alguna forma se toma algo prestado. Incluso si se hace debidamente, esto es, especificando la fuente, la obra y el autor, se toma algo prestado. No se puede tomar prestada, por ejemplo, una novela entera: eso ya no es coger prestado, sino apropiación indebida. Pero, ¿y un párrafo? Si se aclara la fuente, ¿por qué no? Sucede algo parecido con los homenajes: un poema en el que aparece un verso de otro, debidamente puesto como una incorporación que nos remite, para el lector atento, a otras tradiciones, como hacía tanto Jaime Gil de Biedma y han hecho los novísimos con la antigüedad clásica. Sin embargo, lo que no se puede es fusilar un poema entero, de otro, dando a entender que es de uno: aquí es donde termina el homenaje –ese préstamo tan común en el tráfico libre- y empieza el plagio, el robo.
Todos los escritores se influyen entre sí: así ha ocurrido siempre desde Grecia, y seguramente también desde mucho antes, en la primera historia de caza junto al fuego. La tradición oral parte de la repetición y la repetición hizo memoria. Que se puedan citar fuentes, que se puedan incardinar obras de otros, que se pueda uno apropiar, por un instante, de la palabra de otro, es una facultad creativa con su correspondiente límite legal. Una cosa es la postmodernidad, y la fragmentación de ese libro poliédrico del mundo, y otra muy distinta el robo a pluma armada.
Me adhiero a todo lo que dices. Uno de mis profesores decía que todo está inventado ya, que el artista se dedica a coser materia de otros desde un quéhacer propio. De este tarea salen los trabajos personales, que son únicos al término, pero que vienen influidos por otros. Ninguno es del todo original, pero todos son únicos.
ResponderEliminarAl escribir echamos mano de los recursos que hemos adquirido de la lectura y de la escucha. Es normal que uno esté influienciado por otros, siempre se tomarán prestadas cosas, aún sin darnos cuenta. Pero sí, existe un límite que no se ha de rebasar, ya lo has dicho tú, lo difícil está en encontrarlo.
Un abrazo y gracias por estas líneas que llevan directas a la reflexión
Y el caso es que todos, menos los jueces, tenemos clara la diferencia entre tomar literariamente prestado y robarlo, pero es difícil de definir.
ResponderEliminarEn lugar del comentario habitual, creo que este documento que he encontrado al respecto te va a gustar (si no lo conoces) y no sólo por la razón del plagio en sí. Copio y pego -¡qué fácil es "fusilar" en Internet- y ya me contarás:
ResponderEliminarhttp://www.elplagio.com/Plagio/recursos/Huidobro%20contra%20Neruda.pdf
Un abrazo.
P.D. Por cierto, qué bueno el título de tu artículo
Zeru, Luis, Miguel, gracias por vuestros comentarios y un abrazo muy grande!
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