
Amparo Muñoz, sin la alfombra roja, era una mujer ancha con la mirada limpia, que había vivido todo o casi todo y había sobrevivido no para contarlo, pero sí para sublimarlo en cada nuevo tiento de su vida. Después de la bella biografía, a modo de conversación dialogada con un lector invisible, escrita por el periodista Miguel Fernández –uno de los instigadores de aquel homenaje, que la hizo entonces tan feliz-, titulada La vida era el precio, la figura de Amparo Muñoz se había reposado en el inconsciente colectivo. Lejos habían quedado los episodios más difíciles, que supero ella sola, siempre con el apoyo familiar y unos cuantos amigos escogidos. Se vendió mucho de su vida o se intentó vender, y por eso esta biografía, amable y rigurosa, significó una dignificación no ya de ella, que no lo necesitaba -porque cada uno vive no tanto como quiere, sino también como puede-; pero sí del personaje público, que quedó barnizado con la pátina esbelta de una trayectoria marcada por la más salvaje libertad personal, con un verdadero canto de individualidad y de arrojo, pero también de una generosidad y una bondad íntima que la hizo ser querida casi tanto o más que su belleza.
Todos hemos soñado con Amparo Muñoz. Ella no querría ahora mismo, creo, ningún tipo de duelo. Seguramente propondría, si pudiera, una gran fiesta, una celebración de amigos muy cercanos, para brindar al menos por los momentos más hermosos de su vida, por esa brillantez de una mirada que sólo deseaba el bien ajeno. En Familia se vio lo extraordinaria actriz que fue, mientras la vida y las circunstancias le dejaron. Siempre será guapa.
"Nada puede acabar con la belleza
ResponderEliminarsi es una plenitud del corazón".
Tú lo has dicho.
Un abrazo.
Miguel, qué bueno fue verte en Córdoba, en esta riografía del encuentro. Gracias y un abrazo!
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