martes, 1 de marzo de 2011

Rostros, de Ana Isabel Conejo


Cuando se ha disipado todo polvo estelar, cuando ese humo dorado de los focos se sumerge en el agua, la llovizna tardía de cualquier despertar, y un silencio azul tensa la superficie dura de la piscina, ¿qué rastro nos queda de una estrella, de su vida y sus nombres? Vivimos al acecho de la perduración: criaturas que una vez soñaron con el cine y terminaron siendo engullidas por él, en la mitomanía que se alarga más allá de las grietas vitales, del asombro y vacío en cualquier biografía. Pienso en la jovencísima Ava Gardner, cuando era sobre todo Ava Lavinia, viendo a sus once años en su Brogden natural, en Carolina del Norte, en un cine de verano, Red Dust, protagonizada por su idolatrado Clark Gable, ya por entonces Rey de las pantallas, y soñando con ser ella Jean Harlow: sin saber que veintiún años después, convertida ella ya en toda una belleza radiante de mujer, se encontraría con Gable en el remake del film, titulado Mogambo, como protagonista de un idilio triangular que cambiaba Indochina por la selva africana.

Todo esto es el cine. Esto de verdad es el cine: la pasión triangular, los rostros asomados a sus constelaciones. Es lo que se pregunta Ana Isabel Conejo en su libro Rostros (Hiperión, 2007), fundamental para cualquier amante del cine, pero sobre todo de ese cine: el clásico estadounidense, entre los años 30 y los 50. Cada poema lleva el nombre de un actor, o de una actriz. No son biografías poetizadas. No es un muestrario de películas, ni sólo esa visión evanescente que pervive cuando las vidas ya se han apagado. No es nada de eso, pero es todo eso y más: el brillo de una estrella, su rastro luminoso.

Ana Isabel Conejo, autora de otros poemarios de sutileza y de concentración emotiva y estética –Zapatos de Cristal o Atlas, ambos también en Hiperión-, ha conseguido hacer auténticos retratos emocionales, fisonómicos y cinematográficos de las grandes estrellas de nuestra primera memoria: Clark y Ava, sí, pero también Bogart, Ingrid Bergman, Rita Hayworth, Eva Marie Saint, Montgomery Clift, James Dean y tantos otros… Pasear por Rostros –es un libro habitable, como los mejores cuadros, con recovecos, fondos, claroscuros que son su densidad- es adentrarse, sí, en el Paseo de la Fama de Hollywood, pero también en las viejas mansiones olvidadas, solitarias al amanecer, tras el último tiro sobre el césped.

2 comentarios:

  1. Suscribo tus palabras de la primera a la última...
    Sin duda es uno de los libros que no deberíamos dejar pasar sin ser leídos.
    Con él tienes la fortuna de perderte en cada uno de los personajes que nos seducieron en la gran pantalla y, en ocasiones, tan desconocidos en el ámbito personal. Cada poema nos llega a describir a la persona ajena al personaje, conocer sus anecdotas, anhelos, lamentos, alegrías... todo ello de una manera tan coherente como cuidada...

    Personalmente, disfruté mucho de su lectura uniendose mis dos pasiones, poesía y cine...

    Un besote y gracias por la recomendación!cuídate

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  2. Me alegra mucho que te gustara el libro! Es estupendo, como tu comentario. Un abrazo!

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